10/05/2008

La caída de los amos del universo.

Raul Sohr
Nadie sabe a ciencia cierta cuál será el impacto del colapso de los grandes bancos e instituciones financieras sobre lo que se llama la “economía real”. Pero cabe esperar que el próximo ocupante de la Casa Blanca, que vivirá con las consecuencias de la actual crisis, aprenda que el mundo es complejo y diverso.

Los grandes banqueros de Wall Street y de la City de Londres fueron apodados los amos del universo. El mundo era su ostra: podían devorarlo a su antojo. Su poder financiero era tal que eran pocas las empresas, e incluso los países, que podían resistir a sus afanes especulativos. Si fijaban la mira en una adquisición era, muchas veces, sólo una cuestión de tiempo antes que la lograran. Sobre la progresión del poder de la banca norteamericana basta una cifra clave: en 1980 el sector financiero obtenía 10% de las ganancias del mundo corporativo. En 2007 obtuvo el 40%.

Todo proyecto económico tiene un correlato político e ideológico. Las fórmulas económicas no son aplicables si no cuentan con el poder y la ideología de una racionalidad creíble que las legitime ante la ciudadanía. En política, los amos del universo tuvieron dos grandes exponentes que les abrieron camino a partir de la década de los ochenta: Ronald Reagan, en Washington, y Margaret Thatcher, en Londres. Reagan apareció en foros públicos con algunas de las obras del ícono neoliberal, el economista estadounidense Milton Friedman, el mismo que instruyó personalmente a los chilenos conocidos como los Chicago boys que diseñaron la política económica de la dictadura. Según la ensayista canadiense Naomi Klein, lo ejecutado en Chile fue "la transformación capitalista más extrema que jamás se había llevado a cabo en ningún lugar". La política, aplicada a punta de bayonetas, fue calificada como "tratamiento de shock". Y la filosofía subyacente de esta corriente fue bien sintetizada por un eslogan electoral de Reagan: "El Estado no es la solución para nuestros problemas, el Estado es el problema". Qué distantes parecen esas palabras hoy, cuando la banca clama al Gobierno estadounidense para que le inyecte 700 mil millones de dólares de fondos públicos.

Es la caída de uno de los grandes mitos modernos. Friedman postuló que los mercados debían operar con la mayor libertad posible. Cuanto menos intervención estatal en ellos, mejor funcionarían los balances entre oferta y demanda, así como la libre competencia. Esto era lo que la banca necesitaba: una creciente desregulación que le permitiera entrar en campos que le estaban vedados a causa de la gran crisis de la década de los treinta. Todo ello se hizo en el nombre de uno de los valores más queridos para toda la humanidad: la libertad. En América latina, las diversas dictaduras liberalizaban sus economías aparejadas a una represión brutal. La libertad de los mercados reemplazaba a la libertad política. La democracia se redujo a la libertad de competir en iguales condiciones. En todos los países en que fue aplicado este esquema tuvo el mismo resultado: ayudó a generar grandes fortunas, a la par que las concentraba en pocas manos. En Estados Unidos, Gran Bretaña y Chile creció la brecha entre los que más y los que menos tenían. Más allá de si es un sistema deseable o la valoración ética que se haga, ¿fue beneficioso para estos países en su conjunto? Sí lo fue. En términos relativos, mientras duró la bonanza, lograron altos índices de crecimiento en que consiguieron consolidar sus avances.

Lo que funciona en algunos países, sin embargo, no da resultados en otros. En el mismo período, China, con un enfoque regulatorio y estatista, consiguió tasas muchísimo más elevadas de crecimiento económico. Brasil e India han tenido buenos desempeños económicos con políticas proteccionistas. Uno de los problemas con Estados Unidos es su vocación de liderazgo. Entre sus gobernantes existe la convicción de que lo que es bueno para ellos también lo es para el resto del mundo. Incluso hasta el punto de la ingenuidad. Al momento de invadir Irak, en 2003, el Presidente George W. Bush proclamó que la nación árabe se convertiría en "el faro del progreso económico del Medio Oriente", y que el cimiento de semejante logro sería la libertad. Cinco años más tarde, huelga todo comentario.

Es aventurado hacer predicciones con una crisis en pleno desarrollo. Nadie sabe a ciencia cierta cuál será el impacto del colapso de los grandes bancos e instituciones financieras sobre lo que se llama la "economía real". Es una incógnita hasta dónde llegará el efecto dominó. Pero cabe esperar que el próximo ocupante de la Casa Blanca, que vivirá con las consecuencias de la actual crisis, aprenda que el mundo es complejo y diverso. Que no hay una fórmula mágica que cure todos los males. Que los días de la arrogancia del unilateralismo neoconservador han quedado atrás y que la cooperación rinde mejores frutos.

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