2/23/2009

Naomi Klein: Que se vayan todos

Los gobiernos que respondieron a la crisis creada por la ideología de libre mercado con una aceleración de esa misma agenda desacreditada no sobrevivirán para contar el cuento.

Al ver a las multitudes en Islandia golpeando cacerolas y sartenes hasta que cayó su gobierno recordé un cántico popular entre los círculos anticapitalistas, allá en 2002: "Ustedes son Enron. Nosotros somos Argentina". Su mensaje era bastante simple. Ustedes (políticos y CEO agrupados en alguna cumbre comercial) son como los irremediablemente tramposos ex ejecutivos de Enron (por supuesto no conocíamos ni la mitad de todo eso). Nosotros (la chusma de afuera) somos como el pueblo de Argentina que, en medio de una crisis económica, salió a las calles golpeando cacerolas y sartenes. Gritaban "¡que se vayan todos!" y provocaron una sucesión de cuatro presidentes en menos de tres semanas. Lo que hizo único al levantamiento argentino de 2001-2002 fue que no iba dirigido en contra de un partido político en particular y ni siquiera contra la corrupción en abstracto. El blanco era el modelo económico dominante; esta fue la primera revuelta nacional en contra del capitalismo desregulado moderno.

Ha tomado un tiempo pero, desde Islandia a Latvia, de Corea del Sur a Grecia, el resto del mundo está teniendo finalmente su momento. Las estoicas matriarcas de Islandia dejando sus ollas planas a puro golpe mientras sus hijos saqueaban el refrigerador en busca de proyectiles (huevos de seguro, pero ¿yogurt?), trajeron el eco de las tácticas que se hicieron famosas en Buenos Aires. También lo hace la ira colectiva hacia las elites que echaron abajo a un país alguna vez en alza y que pensaron que podían salir bien paradas. Como dijo la oficinista islandesa Garden Jonsdottir, de 36 años de edad, "ya he tenido suficiente con todo esto. No confío en el gobierno, no confío en los bancos, no confío en los partidos políticos y no confío en el FMI. Teníamos un buen país y lo arruinaron". Otro eco: en Reykjavik, los manifestantes no fueron aplacados por un simple cambio de rostros en la cúspide (por mucho que la nueva primera ministra sea lesbiana). Querían ayuda para las personas, no sólo para los bancos; investigaciones criminales acerca de la debacle; y una profunda reforma electoral.

Demandas similares han podido oírse en Letonia, cuya economía se ha contraído más que en ningún otro país de la Unión Europea, y donde el gobierno está al borde del abismo. Durante semanas la capital se vio estremecida por protestas. Como en Islandia, los letones estaban estupefactos ante la negativa de sus líderes a asumir cualquier responsabilidad por el lío. Interrogado por Bloomberg TV sobre qué causó la crisis, el ministro de Hacienda de Letonia repuso: "Nada en especial". Pero los problemas de Letonia son ciertamente especiales. Las mismas políticas que permitieron al "tigre báltico" crecer a una tasa de 12 por ciento en 2006 están haciendo también que se contraiga violentamente en un proyectado de 10 por ciento este año: el dinero, liberado de todas las barreras, sale tan rápido como entra, y mucho de él va a parar a los bolsillos políticos (no es coincidencia que muchos de los actuales casos críticos sean "milagros" de ayer: Irlanda, Estonia, Islandia, Letonia).

Otra cosa argentinesca está en el aire. En 2001, los líderes argentinos respondieron a la crisis con un brutal paquete de austeridad prescrito por el Fondo Monetario Internacional: nueve mil millones de dólares en recortes de gastos, gran parte en la salud y la educación. Los sindicatos lanzaron una huelga general, los profesores sacaron sus clases a la calle y las protestas nunca pararon. Esta misma negativa a asumir el peso de la crisis une a muchas de las protestas actuales. En Letonia, gran parte de la ira popular se centró en las medidas de austeridad del gobierno (despidos masivos, servicios sociales reducidos y recortes de salarios para el sector público), todas dirigidas a calificar para un préstamo de emergencia del FMI (no, nada ha cambiado). En Grecia, los disturbios de diciembre se produjeron después de que la policía mató a un manifestante de 15 años de edad. Pero lo que los mantiene andando, con los agricultores tomando la posta de los estudiantes, es la extendida indignación ante la respuesta del gobierno a la crisis: los bancos obtuvieron una ayuda de 36 mil millones de dólares mientras que los trabajadores vieron rebajadas sus pensiones y los agricultores recibieron prácticamente nada. Pese a los inconvenientes causados por los tractores que bloquearon los caminos, 78 por ciento de los griegos dicen que las demandas de los agricultores son razonables. En forma similar, en Francia, la reciente huelga general (desatada en parte por los planes del Presidente Sarkozy de reducir dramáticamente el número de profesores), motivó el apoyo del 70 por ciento de la población.

Quizás el hilo más sólido que conecta esta reacción global es un rechazo a la lógica de las "políticas extraordinarias", la frase acuñada por el político polaco Leszek Balcerowicz para describir cómo, en una crisis, los políticos pueden ignorar las reglas legislativas e imponer "reformas" impopulares. Ese truco se está agotando, como lo descubrió Corea del Sur. En diciembre, el partido gobernante intentó utilizar la crisis para imponer un tratado de libre comercio altamente controversial con Estados Unidos. Llevando la política de puertas cerradas a nuevos extremos, los legisladores se encerraron en la cámara para poder votar en privado, atascando la puerta con escritorios, sillas y sillones. Los políticos opositores no se amedrentaron. Con mazos y una sierra eléctrica irrumpieron en la sala y ocuparon el Parlamento durante 12 días. La votación fue postergada, lo que permitió un mayor debate: una victoria para un nuevo tipo de "políticas extraordinarias".

Aquí en Canadá, la política es notoriamente menos YouTube, pero aún así ha estado sorprendentemente movida. En octubre, el Partido Conservador ganó las elecciones nacionales con una plataforma poco ambiciosa. Seis semanas después nuestro primer ministro tory descubrió a su ideólogo interior y presentó una ley de presupuesto que despojaba a los trabajadores del sector público del derecho a huelga, cancelaba el financiamiento público de los partidos políticos y no contenía ningún estímulo económico. Los partidos de oposición respondieron formando una histórica coalición, a la que sólo se le impidió que tomara el poder mediante una abrupta suspensión del Parlamento. Los tories volvieron con un presupuesto revisado: las políticas favoritas de derecha desaparecieron de él, y vino lleno de estímulos económicos.

El molde está claro: los gobiernos que respondieron a la crisis creada por la ideología de libre mercado con una aceleración de esa misma agenda desacreditada no sobrevivirán para contar el cuento. Como les ha dado por gritar a los estudiantes italianos en las calles: "¡No pagaremos por la crisis de ustedes!".

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