2/21/2009

Llegó el comandante Fidel y mandó a parar. Ramón Poblete especial para G-80

Con una precisa y calculada operación política, el Comandante Fidel puso en su sitio a Bachelet, al “progresismo” chileno y a la Internacional Socialista. La pretensión de éstos –utilizar las relaciones diplomáticas entre Chile y Cuba para iniciar un trabajo de zapa de largo plazo con el fin de llevar la restauración capitalista a la Isla de la Libertad– quedó sepultada por un buen tiempo.

En los últimos años hemos presenciado como Cuba progresivamente ha ido conquistando más y más espacios diplomáticos para eludir el cerco con el que pretendió encerrarla el imperialismo, en especial tras el derrumbe del socialismo europeo. La estrategia de choque de los EEUU, detrás de la cual está el exilio cubano de Miami, ha revelado ser un completo fracaso.

En otros bloques imperialistas, en especial en la Unión Europea, empiezan a buscarse otras estrategias frente a Cuba. El objetivo sigue siendo el mismo: restaurar el capitalismo en Cuba y acabar con las conquistas políticas y sociales de la Revolución Cubana. Pero se buscan otros caminos para llegar a ese fin, intentando por medio de la diplomacia y las relaciones comerciales ir abriendo progresivamente forados en el andamiaje del socialismo cubano, para seguir un curso parecido al que ha seguido China.

Uno de los actores políticos tras esa estrategia es la socialdemocracia, agrupada en la Internacional Socialista. Cuando Fidel dejó su cargo de Presidente del Consejo de Ministros, los distintos bloques imperialistas se prepararon para la “inevitable transición”. La socialdemocracia designó a José Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno español, como encargado político de esa eventual transición.

La idea de la socialdemocracia es lograr, mediante buenos oficios de personeros “cercanos” a la dirección cubana, ir convenciendo a los líderes de la isla de realizar una apertura cada vez mayor, que tiene dos ejes centrales: la instauración de una democracia liberal en lo político y de una economía de mercado en lo económico (1).

El Partido Socialista de Chile, afiliado a la Internacional Socialista, comparte estos propósitos restauradores. Recordemos que en noviembre de 1996, durante la visita de Fidel a Chile, Hortensia Bussi, viuda de Salvador Allende (de la cual el presidente estaba separado de hecho y que sólo por razones protocolares fue su primera dama), mordió la mano que le dio de comer en el exilio y pidió restaurar la democracia burguesa en Cuba.

En ese contexto, el “progresismo” chileno decidió usar el viaje a Cuba de Michelle Bachelet como una plataforma política para la estrategia de restauración gradual. Para esa estrategia, el bloqueo estadounidense es contraproducente, pues, en su particular visión, sólo fortalece las posiciones más “duras” dentro del gobierno cubano. En palabras del diputado PPD Antonio Leal: “Terminar con el boicot impuesto hace 50 años, en medio de una brutal guerra fría, es la llave maestra para abrir a Cuba a las dos grandes universalizaciones epocales: la democracia y el mercado, y en ambos casos la dirigencia y el pueblo cubano deberán decidir cómo se concilia eso con su actual régimen político monopartidista y cuál es el modelo con el que se enfrenta el cambio hacia una economía abierta y competitiva” (2).

El enfrentamiento entre el “progresismo”, por una parte, y la Democracia Cristiana y la Alianza, por otra, es el traslado a la escena política nacional del choque entre las estrategias de EEUU y la UE, comandada esta última por la socialdemocracia, y de quien capitalizaría la eventual “transición” cubana. Los seudoprogresistas chilenos no iban a Cuba en son de amistad, sino cumpliendo una muy específica misión política.

Por supuesto, la dirección cubana estaba al tanto de esta estrategia. Su apuesta era aprovechar los conflictos interimperialistas en provecho propio, para debilitar el bloqueo y a su enemigo inmediato, EEUU. Ello la obligaba a un cuidadoso gallito diplomático, que le permitiera, por una parte, sacar dividendos políticos tangibles (acuerdos políticos y comerciales, condena al bloqueo), así como neutralizar la operación política de la socialdemocracia.

Cuando el viaje ya era un hecho y ambas cancillerías afinaban los últimos detalles, Bachelet comenzó a develar sus cartas. Incluyó en su visita una entrevista al arzobispo de La Habana, como un gesto “blando” a la disidencia y, sobre todo, para posicionarla como eventual mediadora neutral entre el gobierno cubano y los sectores disidentes. Ya en Cuba, Bachelet no trepidó en cometer la grosería de romper el protocolo y dar una entrevista en el Palacio de Gobierno, desairando públicamente a su anfitrión, Raúl. El gesto reforzaba la imagen de mediadora situada sobre las partes.

La respuesta cubana fue precisa y eficaz. Bastó recordarle a Bachelet, por medio de una de las reflexiones de Fidel, que nuestro país tiene algunos temas internacionales pendientes y que no está en condiciones, por lo tanto, de ser mediador en otras latitudes. En una palabra, confrontó al seudoprogresismo con sus “muertos en el clóset”. Como la intervención la hizo Fidel, Cuba no arriesgaba ninguna revancha diplomática. Los acuerdos entre Chile y Cuba ya estaban firmados y los éxitos diplomáticos no se pusieron en riesgo. Pero la estrategia socialdemócrata caía al suelo herida de muerte.

La reacción del “progresismo” chileno fue la esperada. Se sacó la careta de amigo de Cuba y desde todas sus tribunas vomitó contra Fidel y sugirió que había una lucha al interior de la dirección cubana, como forma de mitigar la derrota sufrida. Adoptando el lenguaje de las administraciones estadounidenses, Sergio Muñoz destiló su veneno en el gobiernista diario La Nación: “Es tiempo de distinguir entre los intereses de la nación cubana y los de una dictadura a la que también le llegará su hora” (3). Ni Bush lo habría dicho mejor.

En la izquierda, las reacciones de muchos de sus personeros fueron una vergüenza. Manuel Cabieses, conocida calcetinera de Bachelet que inventó el término “femicidio político”, calificó la publicación de Fidel como una equivocación: “se equivocó Fidel, pero tenía razón” tituló una columna de opinión, sólo algunas semanas después de dedicar un número completo de su revista “Punto Final” a la Revolución Cubana.

Guillermo Teillier, presidente del PC y precandidato presidencial por ese partido, se alineó con el gobierno, calificó la intervención de Fidel como inoportuna y señaló que el tema de la mediterraneidad boliviana es un asunto bilateral (4). En una columna anterior señalamos que el pacto con la Concertación constituía la bancarrota política del Juntos Podemos. Las declaraciones de Teillier confirman ese juicio, pues es evidente que el PC ha perdido toda independencia política para opinar distinto del gobierno, preocupado más de asegurar unos cuantos cupos parlamentarios que de defender los principios de la izquierda.

La intervención de Fidel no hizo sino señalar la distancia enorme entre la revolución cubana y los oportunistas del “progresismo”, pobres y tristes caniches amaestrados del gran capital. Con la enorme autoridad política y moral que le ha otorgado la historia, Fidel señaló una clara línea divisoria entre la izquierda auténtica y los que se disfrazan de ella para confundir a los pueblos.

Ramón Poblete
ramon.poblete.m@gmail.com

1. El programa del Partido Socialdemócrata Cubano plantea el reconocimiento del derecho de todos los cubanos a “invertir en la economía, crear empresas propias o mixtas en la producción y los servicios, contratar obreros, técnicos y especialistas para las mismas según acuerdo libre entre ellos y a participar libremente en el mercado nacional e internacional”. Naturalmente, este es un derecho que no pueden ejercerlo todos, pues, si así ocurriera, no quedaría a nadie a quien contratar. Forzosamente, este es un derecho para una minoría capitalista que debe estar, en la práctica, conculcado para la mayoría.
2. “Desideologizar la visita de Bachelet a Cuba”, Diario electrónico El Mostrador, 9 de febrero, http://www.elmostrador.cl/index.php?/noticias/articulo/desideologizar-la-visita-de-bachelet-a-cuba/.
3. Sergio Muñoz, “La Provocación”, La Nación, 17 de febrero de 2009, p. 32.
4. Como recordó acertadamente la periodista Pamela Jiles, hace sólo unos años, en una acto de bienvenida a Evo Morales, Teillier y otros dirigentes de izquierda “gritaban a voz en cuello ‘mar para Bolivia’”.

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