8/09/2009

El Cisarro... el Luchín de nuestros días

POR JUAN ANDRÉS LAGOS

Ante los hechos que han conmovido al país, básicamente el piñerismo y la derecha demandan castigo, vigilancia, control y represión, aunque se trate de niños, adolescentes o jóvenes. Esa es su receta.

Sin contemplaciones demandan medidas de ese tipo, aunque al mismo tiempo estimulan y promueven el trabajo infantil y no asumen que es el modelo económico de acumulación neoliberal el que tiene a Chile por sobre el 23% de desocupación juvenil reconocida oficialmente.

No se hacen cargo de que es, precisamente, este modelo de relaciones sociales y económicas el que hace pedazos a las familias chilenas de escasos y medianos recursos, con los efectos que se incrementan día a día.

Por eso, la prensa sistémica y amarilla transforma al Cisarro en una caricatura grotesca, clásica forma que permite evadir un análisis real y ético de los graves hechos y establecer sus verdaderas causas.

Tampoco para la derecha hay reconocimiento del flagelo que es el narcotráfico, el lavado de dinero y la drogadicción, y su absoluta relación con la miseria y las carencias socio-económicas de una gran parte de la población chilena.

Nada más fácil, entonces, que echarle la culpa a los padres y a las limitadas políticas públicas que existen en este ámbito.

Eso nubla el espacio para la crítica a las causas reales que provocan esta situación.

La Concertación ha quedado «pasmada» frente a estos impactantes casos. Es más que evidente que las políticas referidas a los niños son absolutamente insuficientes.

¿Qué hay tras esta situación?

Si se levanta un poco la mirada, y se ve la historia, lo que ocurre en Chile es que los espacios sociales para la vigencia y el desarrollo de la infancia, la adolescencia y la juventud, como estados personales y sociales del ser humano, se han limitado severamente. Más aun, su reconocimiento social es cada vez menor, la mercantilización de la sociedad los ha invadido y la precariedad de esos estados personales y sociales es cada día menos legítima. Para qué hablar de legalidad, cuando los bloques hegemónicos concuerdan, por ejemplo, en ampliar el castigo y las sanciones a los jóvenes con la llamada «ley de responsabilidad penal».

En Chile, los estados de la infancia, la adolescencia y la juventud, especialmente, se incrementaron, se legitimaron y lograron importantes espacios de legalidad en correspondencia absoluta con el desarrollo de un movimiento popular con sello de izquierda que privilegió estos aspectos de la vida social y personal de los chilenos. Su sello humanista que favoreció a la infancia, a la adolescencia, a la juventud y a las familias nadie lo puede desconocer.

La dictadura de Pinochet y de la derecha fue una regresión brutal en todos estos aspectos. No sólo se perdieron históricas conquistas, también se sentaron las bases para la mercantilización de la vida de los niños, los jóvenes y los adolescentes.

El abuso sobre los cuerpos infantiles, adolescentes y juveniles se hizo política de Estado. Y los gobiernos de la Concertación simplemente han mantenido esta lógica. En rigor, han hecho lo posible para demostrar que el neoliberalismo puede desarrollar políticas públicas capaces de reducir y terminar con estos flagelos.

Es un hecho que el fracaso es rotundo.

Enfrentar esta situación demanda un esfuerzo nacional revolucionario, con un Estado en condiciones de encabezar y dirigir este proceso. El único programa que propone esto es el de Jorge Arrate, por su radicalidad.

Una parte importante del presupuesto en gasto de armas (incluidas las coimas) debería ir a un fondo nacional para la infancia, la adolescencia y la juventud, como medida de emergencia para mantener en el tiempo políticas reales, no simples parches.

Se requiere un nuevo tipo de leyes laborales. No es el camino meter a las mujeres en el mercado laboral así como se hace ahora, privilegiando finalmente al capital. Las mujeres-madres requieren estar con sus hijos, también los padres, pero para eso necesitan TIEMPO y SALARIOS que se los permitan. Una política de Estado en esa dirección implicaría una verdadera refundación del sistema de protección social y laboral chileno.

Las policías y las autoridades municipales deben jugar un papel en este proceso. Choca ver a un alcalde señalando que ya no hay más que hacer en estos casos, sin asumir el protagonismo que sí podría jugar como poder de la sociedad.

Chile demanda un nuevo contrato y trato social hacia sus niños, sus adolescentes y sus jóvenes. No pueden seguir siendo las «mascotas», las «tribus urbanas», las pandillas, las «barras bravas» de una sociedad que tiende a legitimar por esa vía la marginación social de los niños, los adolescentes y los jóvenes. Se requiere espacios en donde ellos asuman derechos y deberes, se necesita creer en ellos, también que asuman las demandas que les hace la sociedad para transformarse en sujetos sociales.

Pero eso implica una democracia participativa; terminar de verdad con el trabajo infantil, con la precariedad del trabajo juvenil; con un nuevo estado y estatus para el arte y la construcción de identidad que es fundamental para los niños, adolescentes y jóvenes.

Cuando Víctor develó a Luchín, lo hizo un poema-canción. Su ternura era la motivación principal, ahí radicó su expresión sensible y ética.

Cuando una sociedad pierde la ternura hacia sus niños, aunque se trate de niños como el Cisarro, es que esa sociedad está muy mal y debe ser cambiada desde sus raíces.



Tomado de: Semanario “El Siglo”

Del 7 al 13 de Agosto del 2009

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