9/09/2009

Adiós a la moda de las aguas envasadas - Raúl Sohr

Es el negocio soñado. Sacar agua potable y venderla a mil veces su valor original. Hasta ahora, las ventas del agua envasada, presentada como pura y cristalina, iban en continuo ascenso. Es una industria de proporciones difíciles de imaginar. Sus ingresos, considerando agua con y sin gas, alcanzan los US$100.000 millones anuales a nivel mundial. Según señala la canadiense Maude Barlow en su fascinante libro “El convenio azul, la crisis global del agua y la batalla futura por el derecho”, un estadounidense puede costearse cuatro mil litros de agua sacada de la llave sólo con lo que paga por una botella de la marca Evian.

¿Por qué la gente está dispuesta a pagar una suma tan elevada de dinero por el mismo producto? Barlow plantea que en muchos países incluso el agua envasada no es más que agua de cañería. Hay veces en que no se confía en la calidad del agua corriente, pero, en la mayoría de los casos, el consumo de agua embotellada es mero esnobismo. La moda empezó en Francia con Vittel Grande Source a mediados del siglo XIX, apuntando al mercado de los adinerados. Desde entonces, se han multiplicado las marcas y de la botella de vidrio se ha pasado a cientos de millones de tóxicas botellas plásticas fabricadas a base de petróleo. Son montañas de botellas que cada año representan 2,7 millones de toneladas de basura que es quemada o enterrada. Como ocurre con la mayoría de los líquidos bebestibles, estos productos han quedado en manos de un par de empresas. Seguro que ya adivinó que son Nestlé, Pepsi y Coca-Cola. Estas dos últimas, asegura Barlow, “usan agua de la llave, la pasan por osmosis inversa (una suerte de destilación) y le agregan minerales”.

La estrategia de mercadeo de las aguas minerales pasa por desprestigiar al agua corriente. Así, por ejemplo, una empresa francesa promovía su producto con una foto de un inodoro abierto y una botella con el mensaje: “No bebo el agua que uso para tirar la cadena”. La compañía fue obligada a retirar los afiches por insinuar que el agua potable era inferior. Y lo contrario parece ser más cierto: un estudio realizado en Europa sobre 68 marcas descubrió “altos niveles de contaminación bacteriana” en el agua embotellada. En 2004, la Coca-Cola debió retirar todas sus botellas vendidas bajo la marca Desani, en Inglaterra, cuando se descubrió altas dosis del peligroso bromato.

Tardó pero, finalmente, ha comenzado una rebelión contra el agua embotellada. En Gran Bretaña, luego de tres décadas de aumento en las ventas, en los últimos doce meses se aprecia una caída de 9%. Una encuesta mostró que el 63% de los encuestados prefiere beber agua de la llave en un restaurante antes que el líquido embotellado. Aunque uno de cada cuatro consultados confió que se sentía presionado a pedir agua mineral a la hora de poner la orden de bebestibles. En Francia, en cambio, es normal solicitar simplemente una garrafa de agua.

La creciente conciencia sobre la contaminación ambiental ha provocado el rechazo a las aguas embotelladas. Ahora se sabe que una botella de agua genera 600 veces más dióxido de carbono (CO2) -el principal de los gases de efecto invernadero (GEI)- que el mismo volumen de líquido sacado de la llave. Ahora que el mundo saca la calculadora y comienza a medir las emisiones de CO2, se debe saber que una botella produce la misma cantidad de GEI que manejar un auto por un kilómetro. Tim Lang, el comisionado británico para recursos naturales, ha enfatizado que “debemos lograr que la gente perciba que es tan impopular (consumir agua embotellada) como fumar. Requerimos una campaña para convencer a la gente que está mal”. Su colega Phil Woolas, ministro del Medio Ambiente, agregó que la cantidad de dinero gastado en aguas minerales “bordea lo moralmente inaceptable”. En Gran Bretaña, cada año se gastan US$3.000 millones de dólares en un producto totalmente superfluo, dada la calidad del agua potable. Esto equivale a un tercio del producto interno bruto de Haití.

El adiós a la moda de las aguas envasadas ya comenzó en muchos países. Durante una visita a Dinamarca, un funcionario me ofreció agua de un dispensador. Entonces me explicó que el gobierno ya no cubre el consumo de aguas minerales. Pese lo anterior, en algunos restaurantes esnobs de Santiago es imposible conseguir siquiera aguas nacionales, pues sólo ofrecen danesas o de Gales. También en Estados Unidos, el mayor consumidor de aguas minerales, se han popularizado los dispensadores y en ciertos lugares ya no se venden. En algunas campañas contra el cigarrillo en Europa, solían ofrecer una alcancía para que se depositara todo lo ahorrado en tabaco. Ese dinero podía destinarse después a una buena causa. El ahorro en las aguas minerales podría servir para la lucha contra la contaminación ambiental. Una sugerencia, nada más.

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