10/04/2009

NO PODEMOS OLVIDARLOS NI UN DIA

El 3 de Octubre de 1973, muy temprano en la mañana, se escuchó llegar el vehículo que diariamente trasladaba a los torturadores a la casa blanca en Chena.
Nos hicieron formar, lo que hicimos a tropezones, pues las vendas fuertemente amarradas no dejaban ni siquiera un poquito de visibilidad. Quedamos ahí de pie y ciegos, esperando la orden del vigilante de turno.
Los prisioneros de guerra (como habían sido calificados por el director de la Escuela de Infantería de San Bernardo), torturados, golpeados, ansiosos ya de sol, tullidos luego de tantas horas metidos dentro de un saco de papas vacío con el que buscaban darse algo de calor para soportar ese frío que llegaba hasta los huesos, fueron obligados a poner sus manos en la nuca.

El lugar es custodiado por varios “pelados”, que se mueven permanente por entre los presos. Algunos van punzando las costillas con las puntas de los fusiles, otros escupen garabatos, muchos se ríen del estado calamitoso de los presos.

Ladran, debes responder si señor, si señor. Callas, caerá sobre ti el golpe de fusil.

Es un 3 de Octubre de 1973 cuando la voz seca y dura del sediento de sangre, comienza a gritar los nombres. Todos esperamos ser llamados, intuimos que se inicia el vía crucis para los que no figuran en la lista.

Manuel Gonzalez, Ramón Vivanco, Pedro Oyarzun, Arturo Koyck, Jose Morales, Joel Silva, Adiel Monsalves, Roberto Avila, Alfredo Acevedo, Hernan Chamorro, fueron muchos mas de cuyos nombres no guardé memoria, pero que estaban allí conmigo, solo recuerdo entre ellos a Solar Miranda y a Viera.

Hasta que se hace el silencio, que parece eterno, que tensa aún más los doloridos músculos.

Lloramos, unos en silencio otros gritando que no quieren morir. Los golpes caen indiscriminadamente, se exige callar. El perro vuelve a ladrar. Los nombrados deben volver a sentarse entre la paja y los sacos, se quedan.

Los demás bajen los brazos y permanezcan en su lugar.

En ese momento de despedidas, sin palabras y sin visión, siento entre mis manos un manojo de llaves. Llévalas pa la casa Manolito, dice la voz del conejo Gonzalez.

Un golpe seco me las arrebata. Toma tus llaves y anda a sentarte viejo culiao, ya para nada te van a servir.

Entre el atardecer del 3 de octubre y la noche del 5 de octubre de 1973, muchos hombres jóvenes y maduros, campesinos, dirigentes sociales, sindicalistas, estudiantes, fueron salvaje, bárbaramente torturados, acribillados por la espalda y arrojados a un deposito de cadáveres, desde donde los rescataron sus familiares.


Manuel Ahumada Lillo

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