11/06/2009

Rosende y las incubadoras kuwaitíes. Pedro Cayuqueo.

Las víctimas, los culpables. Los victimarios, inocentes actores de una trama perversa, orquestada por mentes enfermas que solo merecen el repudio de la ciudadanía. En el mundo al revés del subsecretario del Interior, Patricio Rosende, que niños y niñas mapuches resulten golpeados, baleados con perdigones, intoxicados con gases lacrimógenos e insultados por gorilas de uniforme al interior de sus comunidades, no es responsabilidad del Estado. Por extensión, tampoco del gobierno, en absoluto de Carabineros y mucho menos aun de la autoridad encargada de tan noble tarea. Es, por supuesto, responsabilidad de los propios mapuches. Así lo señala el subsecretario de Bachelet, de la misma forma en que Alberto Cardemil, subsecretario de Pinochet, responsabilizaba a los propios detenidos desaparecidos de haber optado cierto día por desaparecer.

Niños como “escudos humanos”. Fue lo que denunció Rosende y sin siquiera sonrojarse ante los medios de comunicación. “Una práctica que nos parece no sólo repudiable sino también condenable”, agregó luego en exclusiva para El Mercurio. Un video filmado por Carabineros en Temucuicui y editado no precisamente por Amnistía Internacional, es a ojos del personero de Estado la prueba fehaciente del último salvajismo acreditado de los mapuches. Allí se observan dos niños junto a un comunero a rostro cubierto que interpela al Carabinero que los graba. Queda claro que los menores, más que “escudar” al comunero, se protegen tras su figura. Más tarde, dirigentes del sector aclararán el contexto: un joven padre, tratando de sacar a sus hijos de un ambiente intoxicado por gases lacrimógenos. Pero ya es tarde. De poco servirán las explicaciones. Y es que Rosende no solo ha manipulado los hechos. También ha instalado la duda.

¿Quién podría no sentir repulsión frente a quienes usan niños como escudos para sus tropelías? No lo pregunta el subsecretario. Lo hace entrelineas La Segunda en su editorial del pasado lunes. La interrogante que instala el brazo armado de la cadena El Mercurio no solo es capciosa. También malintencionada. Y a todas luces repudiable al homologar -sin rigor periodístico alguno, mucho menos escrúpulos- la situación de los infantes mapuches con el fenómeno de los “niños soldados” en el narcotráfico, en el paramilitarismo colombiano e incluso ¡en el terrorismo de Al Qaeda!. “Resulta sumamente grave que un recurso tan cruel e injustificado pueda estarse dando en el sur del país”, advierte horrorizada La Segunda. Y uno, que sabe que tanto la realidad como los miedos y los enemigos se construyen de esta forma, no puede evitar un escalofrío de terror.

Una de las acciones de propaganda más polémicas en la primera Guerra del Golfo apelaba al mismo recurso de Rosende: los niños. En octubre de 1990, Nayirah, una adolescente kuwaití de 15 años testificó ante una sesión del Congreso de Estados Unidos que debía autorizar la guerra contra Irak. La joven, entre lágrimas y ante las cámaras de TV, afirmó que cuando los iraquíes llegaron al Hospital de Kuwait, 312 niños prematuros fueron sacados de las incubadoras y arrojados al suelo. La noticia dio la vuelta al mundo y generó una ola de repudio que volvió estéril cualquier oposición a la guerra. Años más tarde y ya concluido el conflicto bélico, el periodista John Martin, de la cadena ABC, entrevistó a médicos y enfermeras del citado hospital. Todos y cada uno negaron la historia de las incubadoras. Pero había más. La joven que había declarado ante el Congreso no solo no era enfermera del citado hospital. Resultó ser una de las hijas del embajador de Kuwait en Washington, Saud Nasir al Sabah, miembro de la familia real. Su falso testimonio había sido cuidadosamente preparado por el gobierno y una de las principales firmas de relaciones públicas del planeta: Hill & Knowlton (H&K). La revelación del periodista causó impacto público, pero la guerra –con todas sus dramáticas consecuencias- ya era cosa del pasado. En aquellos años, la administración Bush perseguía a toda costa movilizar sus tropas hacia Medio Oriente y resguardar intereses petroleros. ¿Qué persigue hoy Rosende con su versión local de las incubadoras? ¿Movilizar tropas hacia el País Mapuche? ¿Resguardar inversiones? ¿Desacreditar la lucha mapuche? ¿Todas las anteriores?

A Paúl Joseph Goebbels, el artífice de la propaganda nazi durante la Segunda Guerra Mundial, se le atribuye la autoría del “principio de la orquestación”. Goebbels decía que una buena mentira debía ser repetida incansablemente, ser presentada una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero convergiendo siempre sobre un mismo concepto. En este caso, sean niños utilizados como “escudos humanos” o “conexiones subversivas” con las FARC, la ETA, Al Qaeda o los Marcianos, lo que se pretende es instalar en la opinión pública que el movimiento mapuche, además de “infiltrado” desde el exterior, es hoy intrínsecamente perverso en sus métodos y en sus fines. Y ante ello, todo esfuerzo represivo es válido. Es lo que nos dice Rosende sin decirlo. Es la famosa frase de Goebbels: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. En todo conflicto bélico -y sabemos que la política no es más que la continuación de la guerra por otros medios- la primera víctima es la verdad. Y la acción psicológica, la propaganda y el control de la opinión pública son fundamentales. Sun Tzu, hace ya varios siglos, afirmaba que “todo el arte de la guerra está basado en el engaño”. Rosende, Pérez Yoma y Bachelet - todos con estudios de postgrado en el ámbito de la Defensa- no solamente conocen esta máxima. Lo que es peor, la han transformado en un verdadero axioma a la hora de gobernar. Ya lo advirtió Teun van Dijk: la manipulación no solo involucra poder. También y sobre todo, abuso del poder. A fin de cuentas, dominación.

4 de noviembre de 2009

* Periodista, director del Periodico Azkintuwe.

www.azkintuwe.org

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