6/23/2009

Chile respira: Juan Pablo Cárdenas S.

Hay quienes están preocupados por el estado de descontento y agitación social que se manifiesta en el país. Observan con preocupación que los maestros paralizan y nuevamente se alzan los estudiantes. Que los trabajadores se movilizan y exigen un salario mínimo algo menos indigno. También les provocan miedo a algunos sectores las alternativas que surgen en el plano político, después de dos décadas de cogobierno entre la Concertación y la centro derecha. A pesar de que la izquierda tradicional renunció en estos nuevos comicios a constituirse en un referente competitivo.

El caos o, si prefiere, la confusión se ha apoderado de la política. Una Presidenta que empieza a despedirse de La Moneda, mientras los partidos oficialistas se desmoronan en luchas intestinas, en su pavorosa sequedad ideológica y la contagiosa corrupción de sus dirigentes. Una candidatura presidencial que a lo único que finalmente apuesta es al terror que todavía provoca en el país endosarle el gobierno a los antiguos pinochetistas. Marginados del sistema binominal que apelan ansiosos a agarrar algunos cupos parlamentarios bajo el alero de quienes se han enseñoreados en las instituciones del Estado, gracias precisamente a su exclusión.

Gente de derecha que desconfía de la personalidad y la fortuna económica de su candidato, al mismo tiempo que hay empresarios que prefieren seguir como hoy antes que arriesgar las convulsiones sociales que podrían derivarse de un gobierno de uno de sus más aventajados exponentes.

Un candidato que se dispara en las preferencias que marcan las encuestas y que enfrenta el vértigo de un triunfo que ni siquiera soñaba, cuando en realidad era tan obvio que un rostro joven y con una buena dosis de irreverencia serían capaces de catalizar las demandas ahogadas por la insensibilidad social en el poder y los nombres que se repiten en las postulaciones. Como ayer concitó apoyo un candidato que se proclamaba socialista y, enseguida una presidenciable de sexo femenino.

El país respira nuevamente en la movilización social y es en ésta, y no en los ofertones electorales, donde solamente puede abrigarse el cambio. Después de tantos años de post pinochetismo lo único cierto es que logra el que lucha y persiste en su protesta. Desafiando los consejos maternales de la abrumada ministra de Educación y las bravatas de alcalde de Santiago o el subsecretario del Interior.

Todos ellos cada vez más compungidos por la rebeldía digna de los jóvenes, del pueblo mapuche, de los deudores habitacionales, los ecologistas y de un cuantohay de rebeldes y causas que ya no se tragan eso de que “las instituciones funcionan” y de que vivimos en una dialogante democracia. Cuando los hechos demuestran que todavía se ejerce más autoritarismo que soberanía popular.

En su afán de sumar votos, es patético observar cómo los candidatos comulgan con cuanta demanda se les plantea. En el travestismo electoral, el candidato de la derecha promete la redención de los pobres, así como otros desconciertan a sus propios feligreses abriéndose a nuevas privatizaciones. Demagogia contumaz si se considera que, de quererlo, en los meses que faltan de gobierno y ejercicio parlamentario perfectamente podrían aprobar la demandada reforma previsional, las urgentes modificaciones a la Ley Electoral, un salario ético, la supresión del IVA a los libros y tantos otros pendientes que de nuevo vuelven a ser promesas de campaña.

Lo evidente es que de nuevo vamos a enfrentar comicios con un padrón electoral acotado y envejecido, como que otra vez los ciudadanos tengamos que optar por el mal menor. Lo esperanzador es que algunos actores políticos han tirado el mantel del banquete cupular lo que hace posible que se pongan al servicio del pueblo movilizado y contribuyan a cercar la política con sus exigencias por una nueva Constitución, un sistema de equidad social y un estado que represente a las mayorías y, a la vez, respete a las minorías segregadas.

La convulsión actual es señal de que el país respira y que puede estar a las puertas de un auténtico cambio y sin trastornos graves que lamentar si es que la política se hace cargo del descontento nacional. Un cambio de actitud que pasa necesariamente por que resulten derrotadas las viejas y corruptas expresiones y surjan nuevos referentes y representantes. Después de lo cual es dable esperar que se inscriban en el Registro Electoral los dos millones y medio de jóvenes renuentes a convertirse en ciudadanos.

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