12/25/2008

La causa aparente de la crisis - Manuel Riesco

Lo que precipita las crisis cíclicas son las empresas, las que de un día para otro reducen su consumo, el que a su vez es el gasto más significativo de la economía. Más que el de las personas. Más que el del gobierno.

El sentido común sostiene que las crisis periódicas del capitalismo se provocan por falta de consumo de las personas, lo que a su vez se relaciona con la concentración de riqueza en pocas manos. Si todo el dinero se lo llevan unos cuantos y no dejan mucho para el resto, entonces muy pocos pueden comprar y la economía se viene abajo.

Sin duda, esta tendencia existe en el capitalismo y se agudiza de tanto en tanto. Por ejemplo, en el curso del predominio de las ideas neoliberales durante las últimas tres décadas, desde Reagan en adelante y muy especialmente durante Bush, el aumento de la concentración de riqueza en Estados Unidos resultó escandalosa.

Eso siempre resulta muy negativo para la economía. Siempre funcionan mejor, más parejas, las economías que tienen una mejor distribución del ingreso. Eso es bien evidente puesto que los mercados de consumo masivo resultan mucho más estables. La gente no disminuye su consumo si no se ve forzada a ello: aún en las condiciones más difíciles tiene que continuar alimentándose, por ejemplo.

Para amortiguar las crisis, asimismo, no hay forma más efectiva que aumentar el gasto del gobierno en políticas sociales, y muy especialmente en subsidios de cesantía y pensiones. Todo el dinero que se distribuye de esta manera la gente lo gasta de inmediato. Adicionalmente, las más de las veces compran productos a las pymes, las que, a su vez, cargan con la mayor parte del empleo. El dinero público gastado de este modo se transforma así en una verdadera inyección a la vena de la economía.

Sin lugar a dudas, la concentración de la riqueza y el ingreso, los estímulos fiscales mediante reducción de impuestos a los ricos, la generalización de ingresos modestos y la extensión de la pobreza y la indigencia, no sólo son malas desde el punto de vista moral. Son pésimas desde el punto de vista económico. Sin embargo, no son la causa de las crisis cíclicas del capitalismo.

La mejor forma de darse cuenta de ello es constatar que las crisis siempre vienen después de los booms económicos y durante estos últimos la gente común y corriente gasta más que nunca. En los momentos inmediatamente anteriores a la crisis, el número de personas ocupadas, sus salarios y los créditos de vivienda y de consumo alcanzan su máximo. Es decir, las crisis se desatan precisamente cuando la gente normal está gastando dinero como unos condenados. A pesar de eso, la economía se viene guarda abajo.

Al revés, las crisis terminan cuando la mayoría de la gente anda mascando lauchas. Las recuperaciones empiezan cuando la cesantía se encuentra en niveles récord, los salarios están por el suelo y nadie consigue un crédito de consumo o hipotecario ni prendiendo velas.

¿Cómo puede ser esto?

Lo que ocurre es que la gente común y corriente piensa que todo el mundo es como su vecino. Y resulta que no es así. Existen en la economía otros agentes que pesan más que muchísimos vecinos juntos. Se llaman empresas. Resulta que las empresas compran más cosas que toda la gente junta.

Hace años en Chile, la mayoría de las industrias eran empresas que habían nacido como talleres familiares y que, con apoyo del Estado, habían crecido hasta ocupar miles de obreros algunas de ellas. No pocas se iniciaron en conventillos de los arrabales de Santiago, donde vivían en piezas contiguas inmigrantes que tenían pequeños talleres o boliches y obreros que llegaban desplazados por el cierre de las minas del salitre. De este modo, no era extraño que al crecer las industrias construyeran alrededor de ellas poblaciones donde vivían sus obreros.

Sin embargo, cada una de estas industrias consumía mucho más que todos los obreros de las poblaciones circundantes.

Hoy la cosa es más difusa. Una ciudad como Santiago es como una enorme fábrica compuesta por decenas de miles de empresas, la mayoría pequeñas y medianas. Sus puertas son las bocas del Metro y los paraderos del Transantiago, por donde cada mañana entran a trabajar millones de trabajadoras y trabajadores, los que a su vez viven en la misma ciudad. Sin embargo, igual que antes, todas las empresas consumen más que toda la gente junta.

Tomada la economía en su conjunto, hay que considerar que casi todas las cosas que la gente corriente compra han sido compradas antes por alguna empresa, y generalmente más de una vez antes de ser consumidas.

Una compra de pan, por ejemplo, tiene detrás la compra de la harina y antes la del trigo, y la levadura, pero también del petróleo con que se encienden los hornos y se movilizan los transportes, y muchos otros insumos directos e indirectos. Además de todas estas cosas, las empresas compran cosas para su propio consumo que sólo muy lentamente se traspasan al precio de sus productos. Las maquinarias y edificios, por ejemplo, y los terrenos donde estos últimos están ubicados.

De este modo, las cosas que compran las empresas, que se denominan medios de producción, son generalmente más que las cosas que compra la gente, que se llaman medios de consumo. En Chile, por ejemplo, los medios de producción representan bastante más de la mitad del valor total de las ventas anuales.

En las importaciones y exportaciones pasa lo mismo: el grueso son medios de producción. Basta considerar que los mayores rubros, de lejos, son respectivamente petróleo y cobre. Y que se sepa, ninguna familia consume directamente ni uno ni otro.

El consumo de las personas y las empresas tiene otra diferencia muy importante. Como se ha mencionado, las primeras están forzadas a seguir consumiendo por muy mala que esté la cosa. De lo contrario se mueren de hambre. Las segundas, en cambio, pueden reducir su nivel de consumo de modo muy drástico. Si el asunto se pone feo simplemente dejan de comprar. En muchos casos van a la quiebra y cierran completamente.

De este modo, lo que precipita las crisis cíclicas son las empresas, las que de un día para otro reducen su consumo, el que a su vez es el gasto más significativo de la economía. Más que el de las personas. Más que el del gobierno. Al revés, las crisis terminan y se inician las recuperaciones cuando las empresas empiezan a comprar de nuevo.

Hay que mencionar que el primer economista que trató este tema formalmente fue Marx, y que Lenin argumentó en la misma dirección de modo brillante. De hecho, la primera matriz insumo-producto fue el modelo de los sectores I y II, de medios de producción y consumo, que formaliza en el segundo libro de "El capital". Mucho después, otros economistas, basándose en ella, elaboraron las que ahora sirven a los bancos centrales para medir el PIB. Es bueno recordarlo ahora, cuando ninguno de los que trabaja en el Banco Central ni en Hacienda ha leído nunca a Marx, y piensan que Lenin es una encarnación rusa del diablo.

Esto aclara un punto muy importante. Sin embargo, abre más preguntas que las que responde. ¿Por qué las empresas dejan de consumir en un momento? ¿Por qué eso ocurre cuando todos piensan que vamos bien y mañana mejor? ¿Por qué vuelven a comprar cuando nadie da un peso por la economía del país? ¿Por qué estos movimientos se han venido sucediendo con la regularidad de un reloj, de cada cinco a diez años? ¿Por qué empezaron a ocurrir de este modo sólo a partir del siglo XIX? ¿Por qué algunas crisis son más severas y otras menos? ¿Por qué se producen los llamados ciclos largos o seculares que se han venido presentando cada cincuenta años, más o menos?

En otras notas se intentará entregar algunos elementos de lo que se sabe acerca de la respuesta a estas preguntas. Para dar tema de conversación en las celebraciones de Navidad y Año Nuevo. //LND

*Economista
LA NACION Domingo 21 de diciembre de 2008

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