Nuestro presidente Sebastián Piñera, declaró que había hablado “fuerte y claro” con la presidenta de la República Argentina, Cristina Fernández, a propósito de la decisión de la Comisión Nacional de Refugiados, Conare, de conceder la calidad de refugiado al ex líder del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, FPMR, Gavarino Apablaza.
El tono no parece precisamente diplomático, y sin duda la expresión “fuerte y claro”, provoca reminiscencia de otros que llevaron al país, en tiempos de la diplomacia castrense, al aislamiento, y a una cuasi guerra, precisamente con Argentina, situación que indudablemente fue mejorada por los gobiernos democráticos de ambos países.
Pinochet, Merino, y otros, hablaban en 1978 “fuerte y claro”, alimentando el chovinismo local, como argumento y mecanismo para azuzar los ánimos, y pretender alinear al país en la histeria bélica (Hay que decir que por el otro lado, otros tiranos, hacia lo propio), para una guerra sin destino.
El tono, indudablemente, parecería la expresión del peligroso deseo de escalar la controversia en torno a un hecho del ámbito de los Derechos Humanos y de la justicia, y claro un tema de la política contingente del país: la indignación expresada por la Unión Demócrata Independiente por la muerte de quién fuera, en tiempos de la dictadura, fundador de esa corriente política y al que han elevado a la categoría de mártir.
Lo que las declaraciones, francamente insultantes de políticos de la UDI y otros, es politizar las relaciones internacionales, incluso entrometerse en la política interna de la vecina Argentina, lo que va en contra del sentido mismo de la diplomacia, y de los intereses nacionales permanentes,
Y cuando lo que encierra toda la escandalera mediática es en realidad un “ajuste de cuentas”, una venganza política, ahora que consideran que ha llegado la hora de cobrarse revancha, con quienes, desde la insurgencia armada, pusieron en aprietos a la dictadura que como clase política y económica, prohijaron, sostuvieron,y colaboraron desde cargos de gobierno, y que aún, algunos, añoran.
La muerte de Guzmán, cuyas circunstancias son oscuras, y donde no se descarta, según diversos antecedentes, la mano de los servicios secretos de la dictadura, vía infiltración o vía monitoreo a distancia, donde se había hecho de enemigos jurados, y cuya falta de escrúpulos es conocida y confirmada por la historia, no es un hecho aceptable en democracia, y mucho menos un acto del cual alguien podría enorgullecerse.
Claramente no se puede hablar de “ajusticiamiento”, aunque Guzmán fue ideólogo de la política represiva de la dictadura de Pinochet, a la que dio sustento, que costó a Chile, miles de muertos, “detenidos desaparecidos”, torturados, aprisionados, exiliados, perseguidos.
Una política revolucionaria que merezca el nombre de tal, y el derecho a la rebelión contra la tiranía que consagra incluso Santo Tomas y la doctrina de la Iglesia Católica, tiene sus propios códigos de conducta ética y de realismo político, que claramente fueron violentados con este hecho.
Pero no es esto lo que está realmente en juego, porque ello forma parte de una discusión y análisis que aun está ensombrecido por la pasión, los intereses políticos de la contingencia, el deseo de venganza y la falta de rigurosidad y objetividad política e histórica, y claro el dolor de las pérdidas en vidas que produjo, sobre todo en el pueblo democrático, la dictadura, su violación de los derechos Humanos, sus aparatos criminales.
De lo que queremos hablar es del haber traslado al terreno de la diplomacia, una pasión política y el deseo de venganza de una clase contra quienes desafiaron su poder- la dictadura de Pinochet- con las armas, en el marco de una lucha de la mayoría del país, parar terminar con la dictadura criminal.
De lo que se trata, en realidad, ahora que son gobierno, de utilizar todos los mecanismos del Estado para perseguir, no tanto a las personas, a Apablaza, Villanueva, sino demonizar el derecho a rebelarse contra la dictadura y al uso de la fuerza, en las condiciones de una dictadura sangrienta como la de Pinochet.
Cabe preguntarse, ¿qué es lo que encierra en realidad la afirmación del canciller, Alfredo Moreno, al dar cuenta de la nota de protesta ante el gobierno Argentino, un mecanismo habitual para el mundo diplomático y hecha en general en un tono adecuado cuando establece que el gobierno va a seguir “realizando todos los esfuerzos para que, no sólo el señor Apablaza, sino que todos los que estén involucrados en estos crímenes y que tengan información sobre estos o que hayan tenido participación, deban enfrentar a los tribunales chilenos como corresponde a todos los chilenos”.
¿Será que comenzaremos a vivir los tiempos del “macartismo” o una nueva versión de la caza de brujas?.
Se entiende que se pueda discutir, analizar, confrontar opiniones sobre el concepto, la práctica, el rol que tuvo la lucha armada, la insurgencia, la rebeldía, en la lucha contra la dictadura de Pinochet y por la recuperación de la democracia y la libertad, algo que viene sucediendo por lo demás, desde 1810.
Eso es legítimo, y además, necesario, pero Dios nos libre de entregarle la dirección de la política exterior de Chile a quienes han revivido hoy, estando en el gobierno, los tiempos del odio y de la violación de los derechos humanos de miles de chilenos, y aceptar la caricatura, el imperio del deseo de venganza.
Por Marcel Gárces. El autor es periodista. Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 7 de octubre 2010
Crónica Digital
10/18/2010
LA ROSA DE LOS VIENTOS HABLANDO “FUERTE Y CLARO”: LOS RIESGOS DE LA RETÓRICA EN LA DIPLOMACIA
Etiquetas: argentina, chile, derechos humanos
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