Son muchas las razones que llevan a hombres y mujeres a viajar, acercarse a unas realidades y alejarse de otras. No son pocas las que hasta ahora me habían llevado por el mundo de un lado a otro, generalmente con el horizonte de, tras conocer realidades que me interesaban, regresar a casa. En otros tiempos mi casa significaba una sola, aquí en el País Vasco. Sin embargo, Chile ha dado una vuelta completa a todo ello. La decisión de acercarme a esas tierras la tomé por amor a la que desde entonces sería mi compañera (la mejor que podría haber imaginado). Allá, en el corazón del Wallmapu, tuve por primera vez otro lugar que sentí como mi casa, mi otra casa. Y, por encima de todo, fue el miedo el que me forzó a abandonar un lugar donde me sentía feliz, algo que nunca había vivido hasta conocer de cerca una realidad de persecución política sin precedentes en mis anteriores experiencias. Al menos, pude partir por propia voluntad, sin que la expulsión que desde un principio se buscaba llegara a efectuarse.
Ahora he vuelto a casa, a la otra, debo decir, y me siento por fin seguro. Ahora siento que puedo relajarme, dormir tranquilo, expresarme como siento y deseo, e incluso ausentarme y dejar la casa vacía sin preocuparme por quién entrará y qué llevará o dejará en ella. Porque ciertamente, desde que aquel 31 de diciembre de 2009 la policía, al dictado de algunas autoridades, decidiera hacer, de un escritor pacífico con una vida dedicada a las ideas y la palabra, un terrorista con los terribles delitos de ser de origen vasco, de convicciones anarquistas, punk y solidario con el cercado pueblo mapuche, desde que esos cuerpos policiales, coordinados por el comandante Barja, a través de la experticia del capitán de Labocar Víctor Hugo Blanco maquillaran las razones reales de lo que en algún despacho se había decidido colocando sobre el ropero de mi habitación elementos de prueba que jamás vi, desde que fui acusado insistentemente a través de la prensa chilena de tener relación con bombas sucedidas en fechas incluso anteriores a mi primera entrada en el país, recuperar la tranquilidad, la sensación de seguridad, se convirtió en imposible si no era lejos. Más aún después de que, a pesar de las abundantes evidencias, tres jueces decidieran que no hay ningún problema porque el capitán Víctor Hugo Blanco manipulara las fotografías tomadas en el lugar (http://www.flickr.com/photos/54445826@N07/), en especial aquella que demostraba la ausencia de los elementos antes de la entrada de la policía; tampoco por las abundantes contradicciones y mentiras, en especial las fabuladas por el miembro de Sipolcar Marcos Gaete, contrastadas documentalmente con una serie de vídeos que él afirmo unos días antes no existir (http://www.youtube.com/view_play_list?p=7CF051296F4749A0); ni por los variados testimonios exculpatorios. También decidieron que no es ningún obstáculo que la Fiscalía no fuera capaz de determinar ningún vínculo entre el acusado y los objetos imputados, salvo que “estaban allí” según el testimonio de tres policías, los únicos que testificaron haber visto personalmente las especies sobre el closet. Tampoco que los testimonios de los propios agentes revelaran que no se siguió en ningún momento el protocolo de seguridad que se supone obligatorio ante el hallazgo de un objeto supuestamente desconocido del cual se presume que pudiera ser una bomba. Nada de eso importa cuando la única meta es condenar a una persona para que pueda ser expulsada y para que todo cuadre en las versiones oficiales. Frente a los cinco años solicitados por la Fiscalía (inicialmente por encima de diez, cuando aún se pretendía aplicar la nefasta Ley Antiterrorista), esos 220 días sancionados hablan por sí solos de la inocencia que los jueces realmente percibieron y no se atrevieron a sentenciar.
Algo similar pasa cuando de lo que se trata es de criminalizar a comuneros mapuche. El mismo capitán Víctor Hugo Blanco se encargará eficientemente de fabricar las pruebas que deberán ser halladas en los allanamientos. Seguramente en Santiago tienen sus pares para hacer el mismo trabajo cuando el guión apunta a los anarquistas y okupas. Lo importante es que los “peligros para la sociedad” estén a buen recaudo. Una vez conseguido, aunque más adelante queden demostrados los montajes correspondientes, incluso si hay que ir dejando a todos libres, no importa, la gente olvida rápido y seguirá pensando que, en caso de conocer de cerca algún caso de ese estilo, se tratan de excepciones, no de prácticas habituales.
Es probable que, visto que escribir en Chile es un oficio peligroso, sobre todo para quienes obstinadamente se empeñan en plasmar la verdad, no pueda vivir de nuevo por esas tierras. Es triste, porque el pueblo chileno, la sociedad real, esa que cada día trabaja con su propio sudor y no con el ajeno, que conoce el sufrimiento diario en carne propia, que pese a todo mantiene la sonrisa, la hospitalidad, el sentido del humor y una inmensa capacidad de cariño, merece mucho más tiempo del que me han permitido dedicarle. Es triste porque, después de año y medio viviendo en el Wallmapu, no he podido siquiera conocer desde dentro una comunidad mapuche, porque el extranjero que se aproxime a la realidad de ese pueblo originario, corre inmediatamente el riesgo de ser considerado, si no terrorista, sí al menos sospechoso. La desbordante hospitalidad mapuche puede costar cara.
Independientemente del resultado del recurso en marcha, que según la lógica jurídica debiera serme favorable, ahora soy libre. Un poco menos que antes, puesto que algunas personas han decidido vedarme un pedacito de este mundo que no debiera tener dueños, pero libre después de todo. Probablemente más libre que ese hermoso país que elige a diario sus propios barrotes entregando el poder a quienes no conocen la grandeza de términos como amor o libertad, salvo amor al dinero y libertad para oprimir. Y esa libertad la ejerceré, entre otras cosas, para seguir dando a conocer la verdad de lo que ha pasado en este año y medio. Sirva esa verdad para arrojar luz sobre los casos que han llevado a los hermanos mapuche a poner en riesgo su propia vida por lo que creen justo, para clarificar lo que realmente se esconde detrás de las 14 detenciones de Santiago, la represión diaria que las ideas sufren en Chile.
Si deciden publicar este texto en sus medios, si deciden por fin dedicar sus páginas o sus espacios informativos a servir a la verdad y no a otros intereses, hagan llegar con mis palabras todo el amor y el respeto a los peñi y lamgen encarcelados y perseguidos, a los y las anarquistas víctimas de otros tantos montajes fiscales y policiales, y a todas las personas que, aún con miedo, siguen dedicadas a crear otro mundo posible sin explotadores ni explotados. La linda gente que habita esa tierra bautizada como Chile merece el sacrificio.
Por Asel Luzarraga
10/06/2010
Al fin, seguro. Azel Luzarraga
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