Durante veinte años, la nueva derecha "progresista", la Concertación, preparó el retorno de la vieja derecha conservadora al gobierno. Blanqueó a sus cuadros y les dio patente de demócratas; legitimó su modelo político, económico y social; transformó sus ideas en nuevo sentido común. Al cabo de todo, no podía sino producirse lo que va a ocurrir el 17 de enero: el triunfo de la renovada vieja derecha que emergió al amparo del pinochetismo. El balotaje es un mero trámite: la candidatura de Marco Enríquez Ominami evitó el triunfo de Piñera en primera vuelta y no hizo más que postergarlo hasta enero. Es entonces la hora de prepararse para hacerle frente al retorno de la derecha conservadora al gobierno. Ni ilusiones ni falsas promesas "progresistas" de última hora: el pueblo debe prepararse para resistir.
¿Qué significaron las elecciones presidenciales y parlamentarias del domingo 13? En primer lugar, la consolidación del sistema binominal, que hoy ha terminado favoreciendo, de una u otra manera, a todo el espectro político, desde la UDI hasta el Partido Comunista. El sueño de Jaime Guzmán, que sólo hubiera dos bloques parlamentarios y que ninguna fuerza política pudiera constituirse en alternativa fuera de ellos, ha sido consumado con la incorporación del Juntos Podemos a la lista parlamentaria concertacionista y la elección, por primera vez en 36 años, de tres diputados del PC.
En segundo lugar, las elecciones significarán un relevo dentro del bloque dominante, al pasar el ejecutivo de manos de la Concertación a la Alianza, de la derecha “progresista” a la derecha conservadora (1).
Del comando del candidato presidencial de la Concertación, el empresario derechista Eduardo Frei Ruiz Tagle, de nutrido prontuario reaccionario (2), ha surgido la idea peregrina de que en Chile habría una “mayoría progresista”, conformada por el 56% de votantes que no marcaron a Piñera en esta primera vuelta. La idea ha sido entusiastamente comprada por los analistas electorales de la izquierda reformista, permanente mendiga ideológica y política de la derecha “progresista”.
La realidad es muy distinta. La votación de Enríquez Ominami es heterogénea y no puede asumirse sin más que sería “progresista”. Según todas las encuestas anteriores a la elección -que terminaron vaticinando con bastante precisión el resultado de la primera vuelta- un tercio de los votos obtenidos por Enríquez-Ominami irán a Piñera en la segunda vuelta. Del resto, una fracción indeterminada no votará por Frei. La fracción que sí votará por Frei, sumada a los votos de Arrate, resulta claramente insuficiente para acortar distancia con el multimillonario Piñera.
Otras correlaciones electorales históricas apuntan en la misma dirección. En las dos últimas elecciones, la votación presidencial de la Concertación en segunda vuelta ha sido uno o dos puntos mayor que la votación obtenida en la elección de diputados simultánea o inmediatamente anterior (3). Para la Alianza, esa cifra se eleva hasta alrededor de un 10%. Esta vez, la Concertación obtuvo un 44% en diputados, frente a un 43% de la Alianza, lo que apunta a cifras en torno al 53%-47% o 52%-48% a favor de Piñera en el balotaje.
La tesis de la “mayoría progresista” en el caso de la Concertación busca ocultar su propia responsabilidad en la recomposición, al cabo de dos décadas, de aquella derecha históricamente más cercana al pinochetismo, fortalecida por el cogobierno permanente durante los últimos veinte años.
En el caso de la izquierda reformista, la tesis de la “mayoría progresista” busca llevar aguas a las tesis políticas frentepopulistas del PC, la tesis del “Frente Amplio antifinanciero” de Manuel Riesco o las tesis de unidad con el centro político que ha defendido Jorge Arrate durante los últimos treinta años. En el caso de este último, el hecho de que su campaña presidencial terminara convirtiéndose en un adelanto de la campaña de segunda vuelta por Frei era inevitable: como en el chiste del sapo y el escorpión, Arrate simplemente hubiera dejado de ser Arrate si no hubiera terminado abandonando las banderas allendistas a cambio de la alianza con Frei. Lo hizo en los años 80, no iba a dejar de hacerlo ahora. Lo que sí es extraño es que alguien se haya sorprendido de ello.
Tanto el reformismo como la derecha “progresista” se aprestan a realizar una mascarada política, una parodia de acuerdo “progresista” que busca endosar los votos de ese sector a Frei a cambio de un “acuerdo mínimo” semejante a la infausta “plataforma de cinco puntos” que el PC levantó el año 2005 como coartada para apoyar a Bachelet, calificada entonces como “plato de lentejas” por los sectores del Juntos Podemos críticos de dicho acuerdo. Ninguna de las medidas fue cumplida por Bachelet; nadie en el PC reclamó su cumplimiento. La situación no será distinta hoy día.
El “acuerdo progresista” no es sino la reedición en tono de comedia de la misma Concertación, que nació en 1987 con un programa de reformas democráticas que fue abandonado apenas asumió el gobierno en 1990. Nada ha cambiado que haga pensar que esta vez sería diferente. Vistas así las cosas, el “acuerdo progresista” no es nada más que una suma de miedos y desesperaciones de última hora que en nada servirá a los trabajadores y al pueblo.
Frente a esa capitulación política, la izquierda revolucionaria debe levantar con más fuerza que nunca las dos reivindicaciones centrales del único programa mínimo antineoliberal realista, Asamblea Constituyente y Nacionalización del Cobre. Sabemos que ni Frei ni Piñera pueden siquiera acercarse a estas medidas mínimas y que, dada esa situación, no cabe sino rechazar a ambos candidatos a la hora de sufragar.
Al mismo tiempo, hay que llamar tanto a aquéllos sectores que apoyaron a Arrate como a los sectores de izquierda que apoyaron a Enríquez-Ominami a levantar con fuerza estas consignas frente a los intentos de construir un “acuerdo mínimo” -que no será otra cosa que una capitulación máxima- por parte de las direcciones reformistas, aprovechando el sentimiento de que “no se puede dar un cheque en blanco” a Frei.
La izquierda revolucionaria ha sido, sin duda, derrotada en esta coyuntura electoral, al ser incapaz de levantar una alternativa auténtica de izquierda. Por ello es importante abordar esta coyuntura antes del balotaje con claridad y firmeza y, a la vez, amplitud para establecer acuerdos con aquéllas fuerzas que, aunque no se han librado completamente de las ilusiones respecto de la Concertación, están hoy en una disposición mucho más crítica. Con ello se puede y se debe empezar a salir del aislamiento político.
Con la elección de Piñera se abrirá una nueva etapa política en el país, donde se buscará profundizar el modelo neoliberal administrado por la Concertación. El pueblo no puede confiar en ninguna de las dos derechas, dos caras del mismo bloque dominante, que terminan siempre complementándose y poniéndose de acuerdo en contra de los intereses populares. El pueblo sólo puede confiar en su propia solidaridad, organización y lucha; será la hora de multiplicar la organización popular desde abajo, de multiplicar las luchas y la solidaridad entre todos los “plebeyos”.
Si Piñera va a ganar -gracias a la Concertación- hay que enfrentarlo en las calles a partir de marzo; enfrentarlo en las urnas el 17 de enero sólo puede llevar agua al molino de la derecha “progresista” y, por esta vía, favorecer a los enemigos de los trabajadores y de los pobres del campo y la ciudad.
Asamblea Constituyente y Nacionalización del Cobre, el único programa mínimo del pueblo!!!.
(1) Sebastián Piñera, candidato de la Coalición por el Cambio, de la derecha conservadora, obtuvo el 44% de los votos; Eduardo Frei, candidato de la Concertación, de derecha “progresista”, obtuvo el 29%; Marco Enríquez-Ominami, descolgado de la Concertación, obtuvo casi un 21%; finalmente, Jorge Arrate, otro descolgado de la Concertación que competía por el Juntos Podemos, coalición de izquierda que ha ido virando hacia la derecha en los últimos 4 años, obtuvo un 6%. Como ningún candidato obtuvo la mayoría absoluta, la ley electoral chilena exige la realización de un balotaje para dirimir entre las dos primera mayorías relativas, Piñera y Frei en este caso.
(2) Eduardo Frei Ruiz-Tagle es hijo de Eduardo Frei Montalva, uno de los principales dirigentes golpistas de 1973. Tras el golpe, Frei Ruiz-Tagle realizó una fuerte donación de dinero a la Junta Militar fascista. Electo presidente en 1993, privatizó empresas sanitarias y portuarias estatales, cerró las minas de carbón estatales, echando a miles de mineros a la calle y culminó la privatización del cobre. Amparó permanentemente al ex dictador Augusto Pinochet y a su familia, salvándolo incluso de la justicia internacional en 1999.
(3) Elección de diputados de 1997/elección presidencial 1999-2000 (primera y segunda vuelta); elección de diputados 2005/elección presidencial 2005-2006 (primera y segunda vuelta).
g80
Ramón Poblete
Ramón.poblete.m@gmail.com
12/20/2009
Asamblea Constituyente y Nacionalización del Cobre, el único programa mínimo
Etiquetas: chile
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario