7/27/2012

SAN MARTIN: UNA ESTATUA ESTÁ BIEN, PERO LAS IDEAS SON LO IMPORTANTE.

Ricardo Jimenez A.
“Creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos” - José de San Martín
Más allá del debate suscitado por el Perú oficial en torno a las consignas pintadas por jóvenes manifestantes en la estatua a José de San Martín en el centro de Lima, para quienes se solicita una pena de cárcel de hasta cinco años, el hecho es una buena oportunidad para ponerse por encima de los intereses políticos inmediatos y pensar lo importante, lo estratégico, lo formador, conocer y reflexionar sobre quién era y cuáles eran las ideas y prácticas de este personaje histórico, cuyos filos, como se verá, “aún cortan y ensartan”.

Puede ser de interés para quienes honestamente no quieran caer en lo que un cantor popular latinoamericano describía diciendo que “las oligarquías llevan flores a la tumba de los patriotas independentistas cada año, pero para asegurarse de que estén bien muertos”. El desconocimiento y la tergiversación de sus ideas y prácticas, o como ocurre ahora su reducción únicamente a un silencioso monumento de piedra y metal, son precisamente las formas de mantenerlos “bien muertos”.

“Indio”

Aunque el Perú oficial repite algo que es cierto, que San Martín fue importante consolidador de la independencia colonial del Perú, mantiene un silencio sepulcral sobre el hecho fundamental de que fue también precursor de la justicia social para las castas “pardas”, las dominadas, excluidas y despreciadas de ese entonces: afro descendientes, indígenas, y todos sus mestizajes. De manera que eliminó las esclavitudes, servidumbres, encomiendas, mitas, yanaconazgos, e inquisiciones, estableciendo la restitución de tierras indígenas y las escuelas públicas para ellos, llegando incluso su ministro Bernardo Monteagudo a entregarles el poder en milicias policiales, con el escándalo y la oposición de nobles, oligarcas, estancieros, altos comerciantes del puerto y jerarcas eclesiales, quienes finalmente derrocaron y más tarde asesinaron al ministro, y obligaron con ello a la renuncia y el exilio de San Martín.

Hubo razones biográficas para ello. San Martín fue un criollo educado en Colegio de nobles de España, pero pobre, nacido en zona indígena, Yapeyú, y peor aún “moreno”, de fenotipo indígena, por lo que se le reputaba de ser ilegítimo, y sus enemigos le llamaban “indio”, “mestizo”, o “mulato”, con la intención racista de ofenderlo. Pero él toma el nombre de “Lautaro”, el más genial de los jefes militares mapuche, para su Logia conspirativa. Y en ella, para castigar a los que la traicionaran, retoma la pena que los incas daban a los violadores del “acllahuasi”, la casa de las vírgenes del sol, quemar al culpable y esparcir sus cenizas. En septiembre de 1815, se reúne en el Fuerte San Carlos, zona indígena de frontera argentino chilena y parlamenta con los jefes pampas, pehuenches y mapuches, sumándolos a la causa anti colonial. Allí les dice orgulloso: “Yo también soy indio”. En 1819, enfrentando en Mendoza la inminencia de una muy superior ofensiva militar realista, y careciendo de todo tipo de recursos y pertrechos, escribe: “La guerra se la tenemos de hacer del modo que podamos... cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada”.[1]

Marcó del Pont, jefe realista colonial en Chile, al firmar una comunicación para él, antes de la campaña de los Andes, se ríe diciendo a su emisario: “yo firmó con mano blanca, no como San Martín, que la suya es negra”. Más tarde, vencido y prisionero el arrogante español, al ofrecer su espada en rendición, San Martín, ironizando contra su racismo la superioridad del mérito militar, le contesta: “venga esa mano blanca, y deje V.E. su espada al cinto, donde no puede causarme ningún daño”. En el Congreso revolucionario de Tucumán de 1816, donde se declara formalmente la independencia Argentina, se presenta, avalado por San Martín, la propuesta del “Incanato Unido de Sudamérica”, con el hermano de Túpac Amaru II, Juan Bautista, único veterano sobreviviente de la insurrección, como Inca.[2] Al salir con la expedición libertadora del Perú desde Chile, en sendos “Manifiesto” y “Proclama” a los peruanos, escritos con el chileno Bernardo O’Higgins, llaman a “los hijos de Manco Capac… a sellar la fraternidad americana sobre la tumba de Tupac Amaru”. Los documentos son escritos en “dos lenguas”, la versión quechua empezaba así: “Llapamanta acclasca José de San Martín sutiyocc…”.[3]

Entre las primeras medidas de su corto gobierno limeño, estarán las aboliciones de todas las formas de servidumbre y esclavitud indígenas, así como la “libertad de vientres” para los esclavos negros, haciéndose libertad absoluta, si combaten en las filas revolucionarias. Crea la tan incomprendida y calumniada “Orden del Sol”, inspirada en la memoria ancestral andina, y destinada a proteger con pensiones de por vida y hereditarias a los más destacados patriotas y sus familias, que habían sacrificado su vida y fortunas por la causa revolucionaria, de la venganza oligárquica que, finalmente, sí condenó a la miseria y el olvido a Manuela Sáenz, Simón Rodríguez, Juana Azurduy y tantos otros. Era además una medida simbólica revolucionaria para remplazar el privilegio nobiliario y del dinero por el del mérito en la causa libertaria. Bartolomé Mitre, historiador y presidente de Argentina, organizador de la república oligárquica, etnocida y centralista, y declarado enemigo y calumniador de San Martín y Bolívar, se escandaliza de la medida por considerarla propia de indígenas y peor aún... por incluir a las mujeres: “Como complemento de ese plan de aristocracia indígena, hizo extensivos a la mujer sus honores y privilegios”.[4]

El único premio que acepta y conserva a lo largo de su lucha revolucionaria será el “escudo de los Pizarro”, símbolo de 500 años de dominación, que le otorga la municipalidad de Lima, y lo llevara con orgullo a su pobre exilio en Francia, como justiciera venganza sobre los genocidas, traidores y asesinos de Atahualpa. Tras su muerte en 1850, testamentó la entrega del escudo al gobierno de Perú. Y así se hizo en una sencilla ceremonia en la embajada peruana en Francia. Asisten a ella destacados patriotas de varios países latinoamericanos. Entre ellos, el colombiano José Torres, quien seis años más tarde escribirá su famoso poema antimperialista: “Las dos Americas”.

Radical

En su época y circunstancias, fue un radical. Decidido independentista, hace campaña para terminar con las vacilaciones de los patriotas argentinos que aún no se resignaban al paso libertario definitivo, la declaración de independencia. La que finalmente se logra en 1816. "¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia? ¿No es una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cocarda nacional, y por último, hacerle la guerra al soberano de quien se dice dependemos… Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, puesto que nos reconocemos vasallos… Si esto no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo la soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero soberano, es decir, al rey de España" (1816).

En la proclama al Perú con la que comenzó su lucha en ese país, lanzó su inequívoco y significativo primer mensaje a la nobiliaria y aristocrática Lima: “El primer título de nobleza fue siempre el de la protección dada al oprimido”. Consecuentemente, ya en el gobierno, abolió, “por atentatorios a la naturaleza y a la libertad”, la servidumbre de los indios, encomiendas, mitas, y yanaconazgos. También la esclavitud, la inquisición, la censura previa a la imprenta, los azotes en las escuelas y las torturas en las cárceles. Creó una Biblioteca pública a la que donó todos sus libros. Instauró la división de poderes y las garantías individuales. Y todo lo hizo a pesar de estar con los recursos del Estado exhaustos por la guerra, y con las familias notables limeñas en su contra, ya sea por realistas, por disgusto con los sacrificios de la guerra, por odiar sus medidas de justicia social, o por exacerbado chovinismo localista, ligados egoístamente a la primera economía global a través del puerto del Callao y por tanto enemigos del “proteccionismo” soberano y suramericanista del gobierno de San Martín.

Junto con abrir el comercio rompiendo el monopolio absolutista español, declara: “todos los artefactos que directamente perjudican a la industria del país, como son: ropa hecha, blanca y de color, cueros curtidos (sigue una larga lista)... pagarán el duplo respecto de los derechos señalados en los artículos 6, 8 y 9 (Reglamento provisional de Comercio. 28 de septiembre de 1821. Art. 10°). Se protege especialmente a los licores y azúcares. En cambio, se libera de impuestos a las herramientas necesarias para el desarrollo económico (Art. 11°) y se establece un impuesto menor preferencial a los barcos de transporte comercial si son peruanos, chilenos, colombianos o argentinos. Se crea una estratégica “Dirección General de Minería” de carácter estatal. Entre muchas otras medidas del mismo tenor.[5]

Las más odiadas, sin embargo, por la oligarquía limeña fueron sus medidas de justicia social e inclusión hacia las “castas pardas”. Eliminación de los tributos y la servidumbre de los indígenas, bajo pena de expatriación de los infractores (27 de agosto de 1821); abolición de la esclavitud, a través de la “libertad de vientres” (12 de agosto de 1821) y por ingreso al ejército revolucionario (31 de enero de 1822); la compra y préstamo de plata, por parte del Estado para combatir la usura de prestamistas contra los estamentos más pobres; abolición de la inquisición y los castigos corporales; decreto de la libertad de expresión y prensa (13 de octubre de 1821); fundación de la Biblioteca Nacional, Escuela Normal para profesores y Escuelas primarias para todos; Decreto de protección de restos arqueológicos ancestrales, y especial difusión de la “cultura incaica y pre incaica como cultura autóctona americana”; entre muchas otras. La más radical de las cuales fue la creación, por parte de su ministro Monteagudo de las milicias policiales de negros e indígenas, que horrorizó a los aristócratas racistas limeños. [6]

Frente al poder económico

Él, que lo dio todo por la libertad de América, sentía repugnancia por las oligarquías del poder económico y su afán de lucro que les impedía todo compromiso real con la causa de la independencia, la justicia social y la unidad continental, para cuyo soporte más de una vez les expropió los bienes. "Es llegada la hora de los verdaderos patriotas… ni es tiempo de exhortar a la conservación de las fortunas o de las comodidades familiares. El primer interés del día es el de la vida: este es el único bien de los mortales. Sin ella, también perece con nosotros la patria. Basta de ser egoístas… A la idea del bien común y a nuestra existencia, todo debe sacrificarse. Desde este instante el lujo y las comodidades deben avergonzarnos… Desde hoy quedan nuestros sueldos reducidos a la mitad… Yo graduaré el patriotismo de los habitantes de esta provincia por la generosidad… Cada uno es centinela de su vida" (1815).

Tras su triunfo sobre los colonialistas españoles en Chile, la oligarquía santiaguina en pleno le otorga el “premio” de una fortuna en dinero. San Martín entendiendo que se trata de un soborno elegante para comprarlo como servidor de sus intereses, lo acepta y agradece, pero en el mismo acto lo dona íntegramente para construir la primera biblioteca nacional que aún hoy sigue abierta al pueblo chileno en el centro de Santiago.

Muerta su joven esposa de enfermedad, San Martín se dedica a cuidar su pequeña hija. Renuncia a toda intervención política y militar, ya sea en Argentina, donde se traslada, o en Perú. Desterrado, finalmente, de Argentina, Chile y Perú, los países que había liberado, se exilió en Europa. Murió, como Belgrano, como Bolívar, como Artigas, como Manuela Sáenz, como Juana Azurduy, solo, en la pobreza y la calumnia.

Frente a la represión al pueblo

Estando en Chile en preparación de la expedición libertadora del Perú, el gobierno argentino le exigió regresar para reprimir a las provincias argentinas descontentas con el abuso del centralismo de Buenos Aires. En respuesta, escribió: “El general San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos”.

En reacción, el gobierno argentino le exige entregue el mando del Ejército de los Andes al que considera propio y ordena regresarlo a Argentina desde Chile. Ante ello, San Martín hace llegar un informe de los hechos, leído a todos los oficiales del Ejército, donde además renuncia. Unánimemente, éstos lo confirman en el mando y en el plan continental, sentenciando: "la autoridad que recibió el general de los Andes para hacer la guerra a los españoles y adelantar la felicidad del país no ha caducado ni puede caducar, pues su origen, que es la salud del pueblo, es inmudable" (2 de abril. 1919). Continuará entonces su lucha sin el respaldo de ningún estado.

Frente a los monumentos

Los monumentos más venerados de su época eran las iglesias. Falto el artesanal ejército de los Andes de pertrechos militares, San Martín mandó a expropiar las campanas de las iglesias y fundirlas para hacer balas y cañones, los cuales hizo cruzar, con toda clase de aparejos, por las montañas nevadas. El sacerdote franciscano Luis Beltrán, cuyo patriotismo lo llevó a ser capellán militar rebelde, y cuyos conocimientos de ciencias exactas, naturales y mecánicas lo convirtieron en Jefe del parque de artillería, al mando de 700 hombres, en el Ejército de los Andes, comentó: “Quiere, el general San Martín, alas para los cañones, pues las tendrán”. La iglesia oficial condenó esta falta de respeto a los monumentos y herejía contra el símbolo del dogma. Así predicaba en los púlpitos de Chile el fraile Zapata en 1816: “…herejes detestables, abortos del infierno, enviados de Satanás, individuos sedientos de sangre y robo… no han de llamarle al caudillo rebelde ‘San’ Martín, porque no es santo, sino Martín a secas…”.

Frente a la oligarquía limeña

Cuando el Congreso peruano, encabezado por el patriota José Sánchez Carrión, llama a Bolívar para terminar la guerra de independencia, ante las indecorosas traiciones del sucesor de San Martín, José de la Riva Agüero, éste escribe a San Martín, pidiéndole que regrese al Perú a enfrentarse a Bolívar.[7]

De la Riva Agüero fue uno de los líderes del llamado “partido peruanista”, chovinista y localista, finalmente constructor de la república oligárquica peruana, centralista, excluyente y racista; y fue uno de los impulsores de la calumnia histórica contra Bolívar y San Martín, lo cual sirve de criterio objetivo para despejar toda duda de la convergencia programática libertaria y justa de los dos grandes líderes revolucionarios patriotas. De la Riva Agüero es, en suma, un perfecto representante de la aristocracia limeña. San Martín le respondió: “Al ponerme usted semejante comunicación, sin duda alguna se olvidó que escribía a un general que lleva el título de fundador de la república del país que usted, sí... que usted solo, ha hecho desgraciado... ¿cómo ha podido usted persuadirse que los ofrecimientos del general San Martín... fueron jamás dirigidos a un particular, mucho menos a su despreciable persona? Dice usted iba a ponerse a la cabeza del ejército... ¿y habrá un solo oficial capaz de servir contra su patria, y más que todo a las ordenes de un canalla, como usted?... Basta, un pícaro no es capaz de llamar por más tiempo la atención de un hombre honrado...”.[8]

· Por Ricardo Jimenez A., sociólogo chileno, residente en Perú. ricardojimenez006@gmail.com

[1] San Martín, José de. Proclama del 27 de julio de 1819. En: Comisión Nacional del Centenario. Documentos Archivo general san Martín. Buenos Aires, Argentina. Coni Hermanos. 1910. 12 Volúmenes. Tomo II, Pág. 42.

[2] El genio político de San Martín. Kraft. Buenos Aires, Argentina. 1950. Ibarguren, Carlos. San Martín íntimo. Dictio. Buenos Aires, Asrgentina. 1977.

[3] Galazo, Norberto. Seamos libres y lo demás no importa. Vida de San Martín. Ediciones Colihue. Argentina. 2000. Todas las citas en el texto que no detallan su fuente, son también tomadas de este trabajo, imprescindible para conocer el pensamiento y práctica de San Martín.

[4] Mitre, Bartolomé. Historia de San Martín. Suelo Argentino. Buenos Aires, Argentina. 1950. Pág. 392.

[5] Instituto Nacional Sanmartiniano (INS). La conducción política del General San Martín durante el Protectorado del Perú. INS. Buenos Aires, Argentina. 1982. T. III. Págs. 11 y 18.

[6] INS. Op. Cit. Pág. 5. y 79. Comisión Nacional del Centenario. Op. Cit. Tomo XI. Págs. 430, 431 y 441. Gustavo, Levene. Historia Argentina. Buenos Aires, Argentina. 1964. 3 Tomos. Tomo II. Págs. 137 y 139. Macera, César. San Martín, gobernante del Perú. J. H. Matera. Buenos Aires, Argentina. 1950. Pág. 372 y 383.

[7] Carta de José de la Riva Agüero a José de San Martín del 22 de agosto de 1823. En: Museo Histórico Nacional. San Martín. Su correspondencia. 1823 – 1850. Buenos Aires, Argentina. 1911. Pág. 337.

[8] Carta de José de San Martín a José de la Riva Agüero del 23 de octubre de 1823. En: Museo Histórico Nacional. Op. Cit. Pág. 338.

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