El último mes nos ha sorprendido con multitudinarias movilizaciones que han estado centradas en el tema medioambiental, específicamente Hidroaysen, y educación superior. El grueso de los participantes son jóvenes entre los 20 y 40 años, es decir, nuevas generaciones que entienden la movilización social y el compromiso político desde variables muy distintas al stablishment político, dígase Concertación y Alianza, y por que no decirlo, también al PC, que son las expresiones orgánicas del sistema político.
Estos movimientos han surgido por fuera de las organizaciones políticas tradicionales y se enmarcan en lo que hoy se denominan movimientos ciudadanos, y se enfocan en temas que la elites consideraban zanjados en tanto ya ellos habían definido una política energética o una política de educación superior. Estos ciudadanos al emerger en la esfera pública lo hacen de manera sorpresiva, pacífica y multitudinaria, no sólo una vez, sino que varias veces y con el agregado que las siguientes, son más numerosas que la anterior.
Sin duda que ambos movimientos son distintos, el medioambientalista y el estudiantil universitario, ya que el primero nunca fue tema de agenda de algún partido o movimiento, y el segundo ha sido tradicionalmente una cantera de cuadros de partidos políticos, que no obstante lo anterior desde la segunda mitad de los noventa no había tenido relevancia alguna. Sin embargo, los une el que estas temáticas se instalan en la agenda por fuera de los partidos, es más, en las movilizaciones es posible encontrar militancia de derecha e izquierda, pero también jóvenes de filiación anarquista, y los no inscritos en el registro electoral, etc.
Elementos comunes
Son movimientos[1] que responden a nuevos temas y que podrían caracterizarse de generacionales, progresistas, catalizadores y de molestia y cansancio con la elite política.
A) Generacionales: en el entendido que son temas de preocupación de las nuevas generaciones, que comprenden la realidad en otro formato, con otra sensibilidad y preocupación. Por ejemplo, hace décadas que el tema medioambiental comenzó a ser tema de debate, quizás con la proliferación de bombas atómicas y el posible colapso de la humanidad. Recordemos las masivas protestas en Europa en los 70’, y el rechazo a los experimentos en el Atolón de Mururoa, que ya en Chile a principios de los 90’ movilizo a miles de jóvenes; esta el calentamiento global, la capa de Ozono; los alimentos transgénicos. Todos temas que no fueron parte del movimiento social y político chileno, sino que han entrado vía Ong’s, la academia o agrupaciones ciudadanas y que están teniendo realidad en las nuevas generaciones, que constatando el impacto en la vida cotidiana lo hacen parte de su atmósfera existencial.[2]
Asimismo, con la contrarrevolución neoliberal se privatizo el sistema educacional, tanto en su ámbito escolar, como en la educación técnica y superior. Bajo la consigna de la libertad de enseñanza se destruyo la educación pública, dando origen a los establecimientos particular subvencionado, los colegios municipales, las universidades privadas y los institutos de formación técnica y profesional, que en su conjunto prometían a los jóvenes y sus familias una sociedad que les daría mayor protección social, más integración, mejores condiciones de vida, es decir, un proyecto de vida, como se conoce hoy, aspiracional. Sin embargo, esta es una promesa incumplida, que ya denunciaron los secundarios y que ahora lo hacen los universitarios.
La relación nodal entre ambos movimientos, es la precarización e incertidumbre de la vida y de los proyectos de futuro, y la infantilización que hace la elite de las demandas que estos portan, en tanto el sistema político opera sobre la base de que la sociedad debe asumir sumisamente lo que ellos diseñan como proyecto de desarrollo de país.
Estos movimientos son generacionales en tanto son expresión de un momento histórico marcado por la globalización, el desarrollo de las tecnologías de la información, la crisis institucional de la política representacional y una transformación profunda de las instituciones tradicionales de socialización (dígase la familia, el matrimonio, la iglesia, la escuela, etc.). Este marco transformador impacta también las condiciones materiales de existencia, entonces la incertidumbre, la precarización implica creciente grados de empobrecimiento y marginalización, paradójicamente en escenario de grandes desarrollos científicos y tecnológicos que debiesen permitir que la abundancia sea repartida igualitariamente.
Estas nuevas generaciones tienen una distancia muy marcada con la política institucional, y si hay militantes su adscripción al partido es más bien secundaria ya que responde a patrones más bien burocráticos y está lejana a los intereses de los ciudadanos. Lo que no quiere decir que sean generaciones apolíticas, más bien no tienen posibilidad de expresarse orgánicamente, o quizás no le interesa dada la oferta existente, y por eso emergen sorpresivamente usando canales no institucionales, como es el caso de las marchas[3] y el uso de las tecnologías informáticas (las redes sociales).Versus las generaciones sobre los cuarenta que está atrapada en el trauma del golpe y que asume que la participación política está anclada a los mecanismos institucionales de participación, ya que sobrepasarlos es de alguna manera convocar a los fantasmas del pasado, es decir, poner en peligro la institucionalidad que fue lo que nos llevó al golpe.
B) El movimiento puede ser catalogado de progresista en la medida que representa la exigencia por mayores grados de participación, transparencia en la información a la hora de impulsar políticas públicas, que se les considere como ciudadanos que tienen derechos en temas que les incumben (sean estos locales o nacionales, valóricos, culturales o políticos). Son progresistas porque se desalinean de posiciones conservadoras y por eso están a favor de una sociedad cada vez más laica, que respeta a los homosexuales, esta de acuerdo con el divorcio, reniega del servicio militar obligatorio, esta en contra de cualquier fundamentalismo, sea este religioso, político, cultural o económico.
Es progresista porque se hace cargo de aquello que el sistema prometió y no ha cumplido, exige condiciones materiales de existencia acorde a las riquezas que el modelo genera, riquezas de las que usufructúan nuestras elites. Son progresistas porque se dan cuenta del descaro de nuestras elites y las interpelan. Son progresistas, es decir, que estando de acuerdo con el sistema se es progresista dentro de un marco neoliberal que ha ganado la batalla, hasta el momento en lo ideológico y cultural.[4] Le exigen que el modelo económico y social sea capaz de otorgar bienestar al conjunto de la sociedad y no solo a unos pocos. Se dan cuenta que el modelo puede ser estrujado, que el chorreo solo beneficia a algunos, por eso se lanzan a la calle, no para derribar el modelo, sino para exigirle aquello que ha prometido. Por eso es un movimiento transversal, que transversaliza su queja hacia la elite política (son todos iguales).
C) El movimiento es catalizador en el sentido que es la materialización de un malestar que esta incubado en lo subterráneo de nuestra sociedad, son muchos y muy distintos malestares que se articulan en un NO A HIDROAYSEN, es un momento de canalización de una molestia y un enojo que no ha podido manifestarse orgánicamente, pero que ahora aflora bajo la excusa del rechazo a Hidroaysen[5], existe un 74% de la población que esta en contra de este megaproyecto. Asimismo las movilizaciones universitarias también dan cuenta de una molestia mayoritaria de la población, que en estricto rigor no es novedosa, pero es la primera vez en años que el tema Educación Superior es parte de la agenda pública, y adicionalmente cuenta con el apoyo y participación de académicos y rectores, no solo a nivel discursivo, sino que con la presencia de los mismos en las marchas.
Pero más allá del tema mismo de la educación superior o de Hidroaysen, estas movilizaciones están dando cuenta que la ciudadanía esta harta y no sabe como verbalizarlo, no encuentra canales institucionales para decir basta, por eso estas coyunturas reivindicativas permiten convertirse en verdaderos géiseres por donde la presión se canaliza. Sin embargo, un plus de presión no aflora y ésta va acumulándose, lo que permite que los distintos puntos de fuga social reivindicativa, vayan extendiéndose y haciéndose más comunes y más masivos.
Desde el 2005 que estamos asistiendo a estos fenómenos, con la irrupción de los secundarios[6], lo que va dando cuenta del cambio silencioso y consistente que está viviendo nuestra sociedad. Ayer/hoy los secundarios, hoy son los ambientalistas y los universitarios. También lo fue la euforia social que desató el anuncio de Marcelo Bielsa de no continuar a cargo de la selección nacional[7]. Lo fueron los saqueos ocurridos después del terremoto de febrero de 2010, o las manifestaciones que llevaron adelante los magallánicos por el alza del precio del gas.
Son muchas señales de descontento y de malestar, sin embargo, estas quejas que se articulan en momento determinados, no logran aún convertirse en demandas, es decir, no existe todavía la capacidad de articular ese conjunto de quejas dispersas y distintas en una propuesta organizada y orgánica que permita confrontarlas con el modelo socio político y económico predominante.
D) Seguiremos teniendo más movilizaciones variopintas y ciudadanas, desplegadas por fuera de las estructuras partidarias y de los canales tradicionales de participación. De alguna manera están dando cuenta del descrédito de los partidos políticos y la elite política. El distanciamiento es tal que lo que se está jugando en estas movilizaciones es la credibilidad de las instituciones, algo tan caro a los ojos de nuestros dirigentes, y por ende la legitimidad del sistema político. La ciudadanía descree crecientemente de los lideres políticos, y esto no es un rasgo de madurez política y democrática como algunos comentaristas han señalado, sino que es de alguna manera una crisis de representación que proyectada en el tiempo es muy peligrosa para la estabilidad del modelo.
Esta distancia entre la ciudadanía y su elite política puede ser prometedora en tanto se comienza a requerir de nuevas instancias de representación, nuevas expresiones políticas, ideas y programas políticos de nuevo cuño, y además puede ser la expresión efectiva de maduración democrática que exige mayores grados de participación en la vida del país, lo que indudablemente comenzará a tensionar nuestra convivencia social.
Esta distancia también es peligrosa. Nuestra clase política está tan ensimismada, es autorreferente, tan vinculada entre sí por interese familiares, económicos y sociales que este creciente escenario de movilizaciones sociales puede generar las condiciones para instalar la idea de que ha llegado la hora de la represión y el endurecimiento de las leyes que impiden la movilización. Nuestra historia esta plagada de lecciones en este sentido.
¿Crisis terminal del binominalismo?
Lo que muestran las últimas movilizaciones es que la institucionalidad está siendo puesta a prueba. En la medida que éstas aumenten y se manifiesten mayores grados de quejas y que éstas sean muy diversas, lo que va a ocurrir es que las coyunturas catalizadoras se van a hacer más recurrentes y con ello más evidente el descrédito de la institucionalidad económico social y en particular la institucionalidad política.
El binominalismo ha dado estabilidad al modelo de transición política que surgió a principio de los 90’ y ha permitido la incuestionabilidad del modelo económico, generando una masa que da legitimidad social y cultural a todo lo obrado desde la dictadura hasta nuestros días. Esto es lo que está entrando en crisis, en tanto se convierte en una armadura que impide que las propias promesas que han emanado de nuestras elites políticas y económicas (que al parecer son una sola… ¿clase?) se cumplan, generando grados crecientes de insatisfacción y molestia. O como dice el economista, empresario y director de empresas Cesar Barros:
“ …desde Pinochet, pasando por Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet, y ahora Piñera, los presidentes, y sobre todo sus ministros de Hacienda, vienen reiterando la cantinela de que ya ¡!!vamos a ser UN PAIS DESARROLLADO. …
“Parte del plan era tener un modelo de transporte urbano moderno…, que salud daría un salto cuántico con el AUGE…y, por otro lado, el cobre lleva años en niveles record… Las reservas internacionales, ídem.
“Pero el exitismo de las clases dirigentes –políticos de todos los colores, ministros, presidentes y líderes- han llevado las expectativas ciudadanas a niveles insostenibles para un país que de verdad recién se viene bajando del burro.”[8]
Se nos dice que nuestra sociedad es más democrática, sin embargo, los grados de participación en la toma de decisión respecto de los destinos de nuestro país, se reducen a que cada 4 años se vote por los candidatos que imponen los partidos. Por eso los postulantes a los escaños del parlamento pueden ofrecer lo que quieran y no cumplir, ya que el castigo que pueden dar los ciudadanos queda mediatizado porque los partidos les colocan los candidatos, que son los mismos que se reeligen casi al infinito.
El aparato público es claramente una instancia que permite que el conglomerado ganador instale a sus militantes, generando con ello una masa de funcionarios que acríticamente impulsan las políticas públicas, en tanto actúan más como militantes que como funcionarios del estado.
Instancias públicas como el Consejo Nacional de Televisión, BancoEstado, Codelco, Metro, Canal 7, etc. están cuoteados de tal forma que la sociedad queda representada en los términos del binominal, condenando la diversidad al reduccionismo del sistema político. Entonces se da el fenómeno que la sociedad, los ciudadanos, van para un lado que no es para el que va nuestra elite.
La última encuesta Adimark, dada a conocer a principios de junio, da cuenta del rechazo generalizado a la elite política. Este rechazo no es solo producto de los conatos que han enfrentado a oficialistas y oposición, sino que también es el resultado de una crisis de representatividad. Esta realidad ha llevado a dirigentes de la Concertación, como es el caso de Enrique Correa, Ignacio Walker, Andrés Zaldivar a manifestar la necesidad de instalar una política de acuerdo, porque de lo contrario se pone en cuestión el sistema binominal. Su preocupación no es la baja en la adhesión, sino la estabilidad del sistema político, no es por el lado de la democracia o el ensanchamiento de esta, sino el peligro de perder el sitial que detentan y los beneficios concomitantes al usufructo del poder. No es solo ambición personal, es el resultado de una arquitectura donde los engranajes están de tal modo dispuesto, que un descentramiento puede desfigurar el ordenamiento político y social, con insospechadas consecuencias.
El neo oligarquismo
Hoy por hoy, nuestra clase política no tiene mayores diferencias entre sí. Quizás donde es posible encontrarlas es en lo valórico. Es efectivo que ante cualquier tema aparecen matices, e incluso diferencias importantes, pero al calor de las discusiones y los acuerdos, éstas se diluyen. Esta elite cobijada inicialmente bajo los acuerdos de la transición, con la finalidad de salir de la dictadura, devino en una cofradía con intereses propios, con una lectura de la realidad singular y con mecanismos de acuerdo que significó un distanciamiento creciente de la ciudadanía.
El parlamento ha devenido en un cuerpo corporativo que se rige por su propia dinámica y protagonistas. La elite política ha establecido un nivel de sintonía entre sí, de tal envergadura, que no es posible delimitar las diferencias ideológicas, de ahí que sus lazos fundamentales están con los directorios de las grandes empresas y con los equipos editoriales de los más importantes medios de comunicación.
Esta trenza entre la elite política y los grandes empresarios o los centros de poder, genera una atmósfera de normalidad y tranquilidad por arriba, y de impotencia y rabia por abajo. Cuando nuestra elite política comete la imprudencia de descalificarse y agredirse verbalmente (como los perros que se muestran sus colmillos sin pasar a la acción), los comentaristas y analistas políticos, los descalifican diciendo ¡¡Oh que vergüenza, como se comporta nuestra clase política!! Es tan intolerable para la estabilidad de los cementerios en la que nos encontramos que cualquier diferencia es condenada. Eso porque nuestra elite no quiere, no puede permitir que se desarme esta arquitectura socio familiar en que se ha convertido el sistema político chileno, porque eso pone en peligro los grandes intereses.
¿Cuál es la diferencia entre la alianza y la concertación? Hoy es muy difícil encontrarla. Por ejemplo, el gobierno de derecha ha impulsado el post natal, eliminación del 7% de los jubilados, el cuestionamiento a los multi rut. Esto era esperable de la Concertación, sin embargo, quien las está impulsando no son ellos ¿significa que la derecha se puso progresista? indudablemente que no, lo que ocurre es que no hay diferencias sustanciales. Que Lagos haya sido más respetado y amado por los empresarios, de lo que es Piñera, solo muestra como el sistema es administrado por una elite que se ha mimetizado, emparentado y que tiene un marco ideológico compartido.
Hidroaysen devela lo anterior. Los de ayer aparecen en contra, los de hoy no saben que hacer con la papa caliente. Es coyuntural la divergencia, porque en las buenas familias al final del día se sabe que la familia está primero, que las divergencias se arreglan en casa.
Lo que no es coyuntural es la movilización social, porque ésta es expresión de un malestar creciente del mundo social, que no ha dudado en bypassear a la institucionalidad con tal de demostrar su descontento. Si bien esto también puede ser una manera de despresurizar el descontento y posteriormente volver a los canales normales de no participación, lo que si queda meridianamente evidenciado es el agotamiento de las formas tradicionales de articulación políticos sociales que hemos visto en Chile desde el inicio de la transición hasta hoy.
A modo de cierre
Estamos en un momento de incredulidad, porque las movilizaciones nos han sorprendido, pero ya llevamos varios años de movilizaciones que expresan nuevas realidades, con nuevos actores que están revindicando la política, esa política de la calle, que es multitudinaria, y no de salón como la neo oligárquica. Sin embargo, estos actores no devienen en sujeto político, es decir, en una organización con vocación de poder subversivo, popular y con proyecto histórico emancipador.
El malestar se manifiesta en ciertos tópicos, como es el caso del tema medioambiental, que opera como un verdadero catalizador de un malestar más amplio y transversal, lo que logra grandes y masivos apoyos ciudadanos, porque en principio no afecta los intereses de la clase dominante, sino que de un grupo en particular. Contrariamente lo que ocurre con la educación escolar y superior, donde lo que esta en juego es una visión ideológica de la sociedad, por lo mismo el enfoque de los medios y de la elite tendera a descalificarlos y a sembrar los calificativos de politizados, ideologizados, infiltrados.
Estos malestares están mostrando la crisis del sistema político en su capacidad de representatividad y la neo oligarquización de la elite política. Es una coyuntura donde los intereses de la elite se ven cuestionados, por ello empiezan a buscar salidas a esta crisis, sin que dicha estrategia tenga que ver con ensanchamiento de la participación social y la democracia.
En las próximas elecciones estarán los mismos actores políticos, porque ellos, la elite política, tiene una mirada de sí casi mesiánica, que les permite pensarse como protagonistas que están al servicio del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Pero
el estadio de desarrollo democrático en que nos encontramos, permite preguntarnos por la viabilidad del sistema político imperante, y reflexionar si las variables presentes en la escena social dan para esperar un protagonismo popular, que en un futuro no tan lejano retome la senda del movimiento popular abortado por la dictadura militar, desviándonos del curso que tan bien ha administrado
[1] Podríamos aventurar que un antecedente de estos movimientos es el denominado Movimiento Pingüino de los años 2005-2006, tanto en su performance, como en la masividad, en lo generacional y ser el resultado de un malestar incubado por el neo oligarquismo de nuestra elite política.
[2] Más de diez mil jóvenes secundarios y universitarios se juntaron en rechazo a los experimentos nucleares que realizaba Francia en el Atolón de Mururoa, en los primeros años de la década del 90’. Pasado más de 20 años de aquello, muchos de esos participantes se han dedicado a desarrollar un discurso, un relato y una “política” medioambiental y ecológica que esta rindiendo sus frutos.
[3] Lo extraordinario es que muchos intelectuales chilenos, desde los inicios de la transición dieron por muerta la posibilidad de que lo multitudinario se desplegara por las grandes alamedas. Señalaban que la mediación televisiva, las tecnologías de internet, etc., serían los medios por los cuales las masas se expresarían, por ende la calle desaparecería como instrumento de acción política.
[4] La tensión provocada al interior de la coalición gobernante por el proyecto AVC, es un ejemplo de lo que hablamos. Es decir, hay una población mayoritaria que piensa progresistamente pero los de arriba imponen sus posturas, no solo porque los de abajo no tengan fuerza, sino porque existe una incapacidad para combatir ideológicamente en el plano de los valores e ideas y ganar mayorías desde vectores radicalmente distintos. Entonces se produce la contradicción de que una masa mayoritaria puede considerarse “liberal”, pero una minoría establece los marcos de lo que se entenderá como natural, pecaminoso, etc. y paralelamente se establece un manto de legalidad y legitimidad a esas posiciones conservadoras que es muy difícil destronar, excepto con posiciones progresistas, que no son otra cosa campos de posibilidad en el margen interno de lo existente.
[5] Todo malestar, en la medida que no se constituye en demanda, es decir, que no esta articulada en torno a una exigencia contrahegemónica, puede aparecer como un conflicto de envergadura y con potencia radical, sin embargo, esto es una ilusión. Para que el malestar se proyecte con potencial transformador debe encontrarse el núcleo que articule, no las quejas, sino aquello que desnude y anude las contradicciones fundamentales del orden. Entonces, lo que observamos es que los malestares operan como enlaces con otros malestares, estableciendo una cadena de equivalencias, que permite en una determinada coyuntura infligir una cierta “derrota política” al gobierno de turno, sin que se beneficien los de abajo, más bien otorgan triunfos circunstanciales a la oposición política de los de arriba.
[6] En estos días se han sumado a las movilizaciones los estudiantes secundarios, y lo interesante es que lo hacen con las mismas demandas del 2005-2006. Es decir, los cambios propuestos por el gobierno de Bachelet, a través de la derogación de la LOCE y la promulgación de la Ley General de Educación, no aportaron transformaciones relevantes. El gatopardismo de siempre.
[7] La famosa conferencia de prensa de Bielsa da cuenta de como la ciudadanía requiere de ciertos vectores por donde canalizar su descontento. Moros y cristianos se sintieron frente a un fenómeno de decencia y dignidad que habla de la ética y la verdad, factores propios de lo que cada uno de los chilenos espera de nuestras elites. Bielsa se refería a los dirigentes del fútbol, pero en la lógica equivalencial, los ciudadanos futbolizados o no, sintieron en esa puesta en escena que algo más allá del fútbol se estaba jugando o estaba ocurriendo.
[8] Barros, Cesar. Por qué estamos justamente enojados. Artículo de opinión, pág. 14, Cuerpo de Negocios de la Tercera. 5 de junio de 2011.
Marco Cuevas
Santiago 11 de junio de 2011
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