3/08/2011

En el aniversario de la muerte de mi amiga Gladys Marin va una cronica en su homenaje "CON GLADYS EN LA OPERA" de Pedro Lemebel

Y es en estos días de discursos oportunistas y ofrecimientos múltiples de patria feliz para todos, cuando al pasar frente al Teatro Municipal me acuerdo de mi querida Gladys que tan luego se fue dejándonos con un sabor amargo en la boca. Me acuerdo de ella y me cuesta tanto asumir su partida. A veces despierto en las mañanas, tomo el teléfono y me quedo con el gesto vacío de saberla ausente. Porque vivimos tantas cosas en tan poco tiempo, como aquella vez cuando me llamó en la mañana para preguntarme: ¿Pedro a ti te gusta la opera?. Como que gustarme, no mucho, le contesté medio dormido. Sabes que los trabajadores del Teatro Municipal nos invitaron a ver La Traviata, y si quieres podemos ir juntos, me sugirió ella con su ternura habitual. Son los compañeros del teatro, gente súper buena onda, además es una manera de apoyarlos en sus demandas laborales, Pedrín, anda di que bueno. Mira en realidad nunca fui a la ópera, niña, no tengo cultura operática, y me dan risa esas señoras gordas que cantan como diucas. Pero si quieres te acompaño, chica. Así, nos encontramos a la entrada del Municipal, y nos recibió la niña del sindicato con gran amabilidad y una acogedora sonrisa. Tienen una muy buena ubicación, en platea, cuarta fila, nos insistió tomando a Gladys del brazo. Deberíamos haber traído las pieles, niña, le susurré al oído mirando a las mujeres ricachas pavoneándose con sus zorros en el lujoso hall. Yo tengo un coipo medio pelado, me contestó ella con picardía. Y yo un guarén desteñido, agregué encandilado con las lámparas de cristal, las felpas rojas y los dorados principescos que decoran la gran sala. La gente saludaba a mi amiga con gran respeto. Yo la admiro mucho, aunque no pienso como usted, le dijo en secreto una mujer engalanada haciendo sonar sus pulseras. Menos mal, le dije a Gladys que, con su mano en alto sonreía a la culta concurrencia. Un joven buen mozo nos acomodó en nuestros asientos, casi justo al bajar la luz para iniciarse la opera. ¿La Traviata es la misma historia de la Dama de las Camelias?, le pregunté a mi amiga quien asintió con un gesto de silencio. Los cortinajes se abrieron y la gran orquesta retumbó con los sones de la introducción. El decorado fastuoso y el lujo del vestuario nos tenía al borde del infarto estético. En realidad es lindo, niña, le comenté en voz baja a la chica quien seguía la música moviendo levemente la cabeza. Shit, me hicieron callar desde atrás. Y yo girando la cara devolví un gesto de desprecio. Pórtate bien, me susurró Gladys, con su ternura de maestra. Solo cinco o diez minutos duró el primer acto. Las cortinas se cerraron y la gente salió a fumar o a tomarse un café. Nosotras también salimos comentando la emoción de esa primera escena. Mientras me fumaba un pucho, se acercó la niña del sindicato preguntándonos con extrema gentileza que tal nos parecía el desarrollo de La Traviata. Es maravilloso, oye, le comentó Gladys con los ojos entornados. Precioso, acentué yo agradeciendo la invitación. Luego volvieron a apagarse las luces, se descorrieron los cortinajes y se dio inicio al segundo acto. Y otra vez los barítonos de frac y las sopranos y contraltos con vestidos crespos y redondos como torta de novia. En realidad, no había mucha novedad y la trama cursi reiteraba los aullidos líricos del fatal amor. Después, a los diez minutos se cerraron las cortinas y las luces se encendieron para que la gente saliera nuevamente al hall. Como a la quinta vez, Gladys no quiso salir y aconsejándome con dulzura dijo: Anda tu no más, Pedro, yo te espero aquí. Y en realidad yo salía a vitrinear por si me pinchaba un bambino, pero casi no había jóvenes, solamente caballeros afirulados y unas locas regias que, abanicándose con el programa, me miraron con cara de asco. Al sonar el timbre de llamada volví junto a la Gladucha, que me miró con agotamiento cuando le dije: ¿Cuánto dura esta guebá?. Como tres horas dijo la chica suspirando. Y luego me preguntó al oído: ¿Te gusta esto, Pedro?. No, niña, estoy enfermo de lateado. Entonces, cuando apaguen las luces salimos agachados por el pasillo para que no se den cuenta los compañeros del sindicato, niño. Y así lo hicimos, en la oscuridad nos tomamos de la mano y cuando vamos llegando a la puerta nos encontramos a boca de jarro con la niña de la invitación. No les gustó, nos dijo con tristeza. De ninguna manera, oye, estamos súper entretenidos pero tenemos una reunión tan importante, murmuró Gladys despidiéndose con su mejor sonrisa. Y nos arrancamos del Municipal como chicas reacias a la cultura de salón. Igual fue bonito conocer estas elegancias, dije tomando a la Gladucha del brazo. Pero nosotras somos más folclóricas, Pedrín.Y rockeras, agregué con una mirada rebelde cumbiancheras, acentuó mi reina con su risa de cascabel que me sigue sonando en el ayer, tan fresca y libertaria como una cascada de pájaros.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Amor complicidad y sobre todo la libertad de ser verdaderos !!!