Por Héctor Vega.
La Segunda Guerra Mundial en muchos respectos fue una guerra del petróleo. Faltos de abastecimientos suficientes en su expansión imperialista, Alemania se volcó hacia las fuentes petroleras del Cáucaso y Japón invadió Indonesia. Cuando la nacionalización de la industria petrolera iraní [1951], el gobierno británico organizó un embargo general y en 1953 la CIA llevó a cabo un golpe de estado contra el primer ministro Mohammad Mossadegh.
En 1956 cuando Gamal Abdel Nasser nacionalizó el Canal de Suez, controló un pasaje clave en el transporte del petróleo hacia Occidente, Francia, Inglaterra e Israel invadieron el Sinaí y la Franja de Gaza. A comienzos de la década de los ‘70 en su lucha por el control del petróleo y después de la inconvertibilidad del dólar y las sucesivas devaluaciones de 1971 y 1973, los países de la OPEP, como resultado de la guerra [Yom Kippur octubre de 1973] declararon el embargo petrolero que elevó el precio del petróleo en más de un 250%.
Después de la independencia de Angola en 1975, la CIA conjuntamente con movimientos separatistas y la multinacional Chevron-Texaco complotaron para apoderarse del petróleo del enclave de Cabinda que actualmente representa casi el 80% de los ingresos petrolíferos de Angola, amén de recursos de manganeso, oro y diamantes.
Durante la guerra de Vietnam la empresa Mobil hacía prospecciones off-shore [territorio que en la época se llamaba Viet-Nam del Sur], concesión que renovaría tres décadas más tarde -colmo de la ironía, sin resultados positivos-, en Blue Dragon a 280 km., del Delta del Mekong. Indonesia potencia ocupante de Timor Oriental reclamaba intereses sobre importantes reservas de hidrocarburos conjuntamente con Australia. Conflicto que se repetía en las islas Spratley cuyas reservas petrolíferas eran reclamadas por China y Vietnam.
Las secuelas de las guerras del petróleo han dejado un reguero de víctimas. Baste citar las estadísticas de la guerra del Golfo en 1991 con 1,5 millones de muertos directos en los enfrentamientos, amén de la población civil afectada por las sanciones económicas impuestas a Irak. La segunda guerra de Irak [marzo de 2003] registra un saldo de 655 mil iraquíes muertos, 4,7 millones de refugiados y 5 millones de niños iraquíes huérfanos. Experiencia de intervenciones que hoy se reanuda en el Magreb y en Libia con repercusiones impredecibles en la evolución política de la región. Nada se ha excluido en estas preparaciones, ni siquiera la manida invocación a la existencia de armas de destrucción masiva que Kadafi estaría presto a utilizar contra su pueblo [Véase declaraciones del ex embajador de la Liga árabe Clovis Maksoud y del ex primer ministro británico, John Major]. Nótese que el Estado Mayor de la Federación Rusa daba a conocer a la prensa internacional que “imágenes satelitales tomadas desde el espacio sugieren que los supuestos ataques aéreos que se llevaron a cabo el 22 de febrero sobre Benghazi y Trípoli, fueron un artificio usado como pretexto para una intervención militar ‘humanitaria’”.
Las declaraciones de Obama, Cameron, Sarkozy, Zapatero y otros, preparan un escenario de intervención y golpe de estado en Libia, convocando a una zona de exclusión aérea, sugiriendo varias opciones bélicas posibles generadas desde la OTAN. Ya el 2 de marzo, el Senado de EEUU votó por unanimidad la imposición de una zona de exclusión aérea sobre Libia. A lo cual se agrega el llamado de cuarenta neoconservadores en carta al presidente Obama para que desarrolle una inmediata acción militar para derrocar a Kadafi.
La prensa internacional citaba la opinión del general Mattis, Jefe del Comando Central de EEUU que ante el Comité de Servicios Armados del Senado calificaba la zona de exclusión aérea como una operación militar. Pues además sería necesario bombardear las defensas aéreas [misiles tierra-aire] de Libia mediante ataques aéreos lanzados desde bases de EEUU en el sur de Italia.
En lo concreto, un poderoso contingente militar dispuesto a intervenir en una eventual invasión se sitúa frente a las costas de Libia. Se trata de una fuerza naval de 6 países –Alemania, Inglaterra, EEUU, Canadá, Francia e Italia– integrada por 8 buques de guerra y 2 portaviones [incluye el portaviones nuclear, USS Enterprise], una flota de helicópteros Cobra y aviones militares.
Libia: una apuesta fallida
Las potencias industriales entendieron que su seguridad nacional estaba ligada a regímenes autoritarios que garantizaban la estabilidad y el estatus quo. La democracia occidental que se decía por el cambio calló, peor aún, confundió el acceso a la modernidad [salud, educación, vivienda…] que los autócratas árabes ofrecían al segmento privilegiado de la población, con la posibilidad de participación de la vasta mayoría de la población.
Desde el exterior –Europa, Suramérica, Norteamérica, Asia–, conjunto variopinto de gobiernos autoproclamados por el cambio, confundieron sus propias ideas de democracia con lo que el pueblo árabe resentía en su experiencia de exclusión, hambre y miseria.
Pocos se preocuparon de entender lo que sucedía en Libia. Realidad política territorial basada en tribus alejada de la idea tradicional occidental de Estado-Nación [de la época del Tratado de Utrecht en Europa, 1713] práctica política basada en vínculos tribales a partir de los cuales se genera la organización política.
Históricamente Libia, fue parte de los imperios Romano y Bizantino antes de caer bajo la hegemonía del poder árabe y su civilización. Después de la segunda guerra mundial y encontrándose bajo un protectorado británico de hecho, la ONU entregó el poder al jeque de la tribu de los Sanusi y emir de Cirenaica: Sidi Idris, quien proclamó la monarquía reinando bajo el nombre de Idris I. Rey derrocado por Kadafi en 1969 bajo la inspiración de la revolución panarábica y socialista de Gamal Abdel Nasser. Es precisamente la tribu de los Sanusi que inicia la revuelta en Bengazi [provincia de Cirenaica] bajo el pabellón de la monarquía. Más aún, es Mohamed Al Sanusi, sobrino nieto de Idris, autoproclamado príncipe de Libia en exilio, quien declara apoyar a “los héroes de la revuelta popular” contra el régimen de Kadafi a quien llama “asesino de su pueblo”.
Libia vive hoy una lucha tribal, donde una intervención de las potencias occidentales se soldará al precio de su soberanía pues se habrá alineado con una tribu, un emirato –el de Bengasi- que entiende gobernar el resto del territorio bajo su égida. De allí surgirá el nuevo trato para la extracción del “oro negro” conveniente para las transnacionales y una élite local privilegiada y acomodada.
Los poderes occidentales dominantes nunca vieron lo que se incubaba en el Medio Oriente, a saber un vasto frente social, impulsado por la revolución de las comunicaciones, alejado en su imaginario de participación de lo que los autócratas estaban dispuestos a conceder. Cuando se tejían los acuerdos con las transnacionales y los gobiernos extranjeros la clase política gobernante perdió legitimidad porque la población entendió que dichos acuerdos se encontraban en el origen de sus carencias fundamentales.
Los antiguos poderes coloniales han creído reeditar viejas prácticas y compromisos. Una situación rocambolesca vivió recientemente el gobierno conservador de Cameron cuando despachó un enviado del Foreign Office para saber “en qué podía ser útil” al gobierno provisional de Bengazi. La misión se saldó en un fiasco pues ni siquiera fue recibida por el Consejo Nacional Libio de Transición, siendo reembarcada, junto con las fuerzas especiales del SAS que la acompañaba, previo decomiso de las armas que portaban. Fracaso que el ministro de relaciones exteriores británico debió explicar ante la Cámara de los Comunes.
Cinco nuevas realidades políticas en el Medio Oriente
Cinco nuevas realidades políticas centrales superan los acuerdos que las clases privilegiadas firmaron con las potencias imperiales y con los cuales estas últimas pretendieron perpetuarse en el poder. Entendieron muy tarde que para el pueblo que salió a manifestar ya no bastaban las elecciones pues de lo que se trataba, hoy, era ejercer el poder. Como al inicio de todas las revoluciones, y en un camino sin retorno, se pidió lo máximo, sin concesiones. Se reclamó nada menos que todo el poder. El tiempo dirá la forma que tomará este ejercicio político proclamado desde las calles de la ciudad. En todo caso podemos estar seguros que ya no será el mismo del pasado.
Declaraciones a los medios y los mensajes en el ciberespacio demuestran la segunda nueva realidad a saber la conciencia sobre la complicidad con las transnacionales, los gobiernos extranjeros y la clase política local. Es la voz que hoy circula en las naciones del Medio Oriente y el Magreb y aún en regímenes tan cerrados como la realeza absoluta de Arabia Saudita. Se reclama no sólo la destitución sino que ya existen casos de políticos corruptos llevados ante los tribunales para responder por enriquecimientos ilícitos y por arbitrariedades hacia la población.
Un tercer punto es la realidad de las redes comunicacionales que ya no es el exclusivo manejo de estaciones oficiales de radio y televisión. Hoy el público se ha posesionado de tiempos y espacios: maneja la comunicación.
Derivado de esto hay todavía un cuarto punto. Cuando la comunicación dejó de ser local se amplió a países y continentes. Los llamados de la calle se expandieron al universo en tiempo real, es más se realimentaron en propuestas y llamados de acción. Se sintió el llamado a la solidaridad e incentivos a la acción. El tiempo nos dirá cuántos de estos llamados obedecieron a realidades urgentes. En definitiva, las comunicaciones, en sus repercusiones sociales, se sustituyeron al poder de las armas.
Por último un quinto punto vinculado al desarrollo social y el medio ambiente. El medio ambiente pasó a ser parte de la realidad social y de la conciencia de los pueblos en relación directa con grandes trabajados de infraestructura y desarrollo social. Baste citar el gran río artificial que mediante una red de tuberías de más de 4.500 kilómetros provee de aguas subterráneas a Libia. Recursos hídricos que según estimaciones proporcionaría agua a ese país durante cuatro mil ochocientos años [Véase Laila Tajeldine. “Libia, intervención, división o unidad”. Aporrea.org. Venezuela, 24/02/2011]. Comentando sobre esos recursos Fidel Castro escribía “Bajo aquel desierto existía un extenso y profundo mar de aguas fósiles. Tuve la impresión, cuando conocí un área experimental de cultivos, que aquellas aguas, en un futuro, serían más valiosas que el petróleo” [Véase “La Guerra inevitable de la OTAN”. Segunda Parte. 02/03/11. www.fortinmapocho.com]
De cómo la práctica política modificó el campo de batalla
Lo que sucede en la guerra no es independiente de lo que sucede en la política. Ni Kadafi, ni la oposición del Consejo Nacional Libio de Transición tienen la capacidad de decidir la situación en el campo de batalla. Las fuerzas enfrentadas en un país de más de 1 millón 700 mil km2 con 6 millones 530 mil habitantes, esto es, 3,1 habitantes por kilómetro cuadrado, poblado especialmente en el borde costero e instalaciones petrolíferas de gas al interior nunca sobrepasó en el comienzo de los combates en Brega más allá del millar de efectivos en armas, y agreguemos sin que estos tuvieran apoyo decisivo en armas y personal. Con el transcurso de los días las fuerzas en combate y la presión del gobierno aumentó lo cual puso en peligro no sólo el abastecimiento en petróleo y gas de Bengasi sino que además el control de Ras Lanuf [al oeste de Brega, hoy en llamas después de ser alcanzado un almacenamiento de crudo en el terminal petrolero de Es Sider]. Entre 5 y el 7 de marzo el gobierno consolidó su posición en Ras Lanuf y aumentó su presión sobre Brega. Declaraciones de los corresponsales de guerra hablaban de una baja en el entusiasmo de los defensores de Brega que se veían atacados por medios muy superiores a los cuales contaban. Es más, el ejército habría lanzado una ofensiva en Az Zawiyah, a poco menos de 40 kilómetros al oeste de Trípoli que ya estaría en posesión de fuerzas del gobierno.
Sin proyección de fuerza de espacio a tierra o vice-versa, la oposición entiende sus limitaciones y la imposibilidad a corto plazo y con los medios actuales de conseguir alguna consolidación definitiva en el terreno. Por ello, negándose a fuerzas extranjeras en el territorio, el Consejo Nacional Libio de Transición ha pedido urgentemente a los países de la OTAN la declaración de zona de exclusión aérea que impida eventuales ataques de la Fuerza Aérea de Kadafi. Con esta demanda, Bengasi no ve o no quiere ver las implicaciones de intervención militar que tiene en el conflicto la zona de exclusión militar. De hecho, se trata de una operación compleja con participación de fuerzas navales, portaviones, aviones AWAC, todo ello si cuenta con el mandato del Consejo de Seguridad y el apoyo efectivo de los países del pacto de la OTAN. Acuerdo que niegan hasta el momento China y Rusia.
En el pasado las intervenciones de EEUU en Corea, Viet-Nam, el espacio aérea de Kosobo, Iraq en dos ocasiones, Afganistán, han significado frente a la opinión pública un costo importante para los gobiernos del Imperio. Son las limitantes que Obama, un presidente débil, cautivo, al igual que todos los presidentes norteamericanos de las transnacionales de los armamentos y de la alta finanza, no está dispuesto a correr a un año del inicio de la campaña el albur de una derrota en su pugna por un nuevo período presidencial [20/01/2010-20/01/2012].
En definitiva, ni Kadafi ni el Consejo Nacional Libio de Transición de Bengazi, ni los gobiernos occidentales pueden prevalerse de controlar en su totalidad el juego político que rodea las acciones bélicas.
Los gobiernos occidentales, europeos y norteamericanos entienden que sus opiniones públicas no están dispuestas a embarcarse en aventuras guerreras, por lo cual los juegos de guerra y planes operacionales de sus estados mayores privilegian opciones donde la ciudad, la población y las redes computacionales, constituyen elementos de combate impredecibles e inmanejables desde un eventual centro de operaciones.
El grado de libertad en estas conjeturas está dado por una fuerza externa, en la hipótesis bajo la demanda de Bengasi, opción que hasta el momento esta misma ha rechazada.
Reducida la guerra civil a operaciones de fuerzas internas, está claro que el centro de gravedad de ambas fuerzas en operación [en el sentido de Clausewitz] se traslada al terreno del apoyo político de la población. Perdido el equilibrio en ese terreno, las limitantes operativas en términos de armas, vehículos, hardware de comunicaciones, abastecimientos….y lealtades, implican que la política vuelve por sus fueros y poco o nada queda para la intervención militar extranjera.
En el terreno de los llamados internacionales Kadafi ha solicitado la visita a terreno [fact finding mission] de delegaciones de las Naciones Unidas y de la Liga Árabe. En sus últimas declaraciones ha incluido aún la aceptación de una misión de información de Francia sin limitantes en sus visitas al terreno.
Realidades políticas y el son de las armas
En conclusión, la realidad política se impone sobre la lógica del campo de batalla. Esto juega para todos: las fuerzas de Kadafi, las del Consejo Nacional Libio de Transición y las potencias occidentales que piden su salida del poder. Agreguemos que si sólo fuera la partida de Kadafi la solución hasta podría considerarse como fácil y casi banal.
Varias opciones políticas se abren en la solución del conflicto. Todas dentro de un proceso de negociación entre partes. Una podría ser bajo la presencia en el terreno de la Liga Árabe, como la única fuerza negociadora o en conjunto con una delegación de Naciones Unidas. Otra, complementaria, la diplomacia ejercida por el presidente Chávez apoyada por Cuba y Nicaragua.
Ninguna de estas propuestas de urgencia –de fachada o revoque de un edificio político integrado por un acuerdo entre tribus que ya no existe– puede olvidar la mención del origen del poder de Kadafi, a saber, la negociación entre tribus. Elemento este último fundamental y a la base del problema. Limitarse a discutir las urgencias [o lo primero, es decir el cese al fuego, evacuación de refugiados, y ayuda humanitaria] es situarse más acá de las realidades que la población ha manifestado en las calles. No digo que lo primero no es lo primero, sólo digo que debemos tener en cuenta el elemento político central y ello es, el origen del poder de Kadafi, a saber el acuerdo fundacional entre tribus.
En Libia se reconoce la existencia de 140 tribus de las cuales sólo 30 predominan en el panorama político del país [cifras establecidas por Faraj A. Najm, historiador libio] las cuales centran su influencia en los centros urbanos de Trípoli y Bengasi.
Según Hanspeter Mattes, del Instituto Alemán de Estudios Globales, experto en Libia, “la llegada al poder de Muammar Gaddafi en 1969 devino en una alianza de la tribu del propio Kadafi [los Qadhadhifa] con los Warfalla y los Maqarha, que obtuvieron puestos clave en el terreno de la seguridad, es decir, en las fuerzas armadas, la policía y los servicios de inteligencia. De este modo se aseguraron su control”.
En lo fundamental, y para entender los procesos políticos en curso en Libia, Kadafi desarrolla el concepto de tribu. La cual es presentada como una “escuela social en la que todos crecen absorbiendo los altos ideales que terminan estableciendo el modelo de comportamiento vital. La tribu es un “paraguas” social natural para la propia seguridad”. Para Kadafi la seguridad otorgada por la tribu es “protección colectiva en forma de ajuste, venganza y defensa”. Todo ello se basa en el vínculo de sangre el cual es la forma sublime de la adscripción. Sangre y adscripción son el núcleo de la tribu la cual es en definitiva “la unidad física y social única” que por los vínculos de sangre constituye en definitiva la “unidad originaria” [Cf. Libro Verde].
No se puede negar la existencia de otras ideas sobre el problema. Una, discutida por el profesor Moncef Uannès de la Universidad de Túnez, autor del libro Militares, élites y modernización de la Libia contemporánea [2009] que piensa que “es muy posible que su propia tribu [gadafa] lo fuerce a abandonar el poder, porque cuanto más dure la guerra, peor serán las represalias que padezca”. En su opinión, y la cita del propio Libro Verde de Kadafi lo refuerza, “la venganza tribal sigue siendo la regla”. “Por eso –agrega que esto– le podría empujar a exiliarse en Venezuela –lo cual sigue siendo una opción válida– [u otra] directamente liquidarle”. Otros ven una Libia escindida y en el brumoso destino de Somalia. [1]
Sin embargo, no en vano han surgido movimientos de rebeldía en las sociedades del Medio Oriente y actualmente hay una guerra civil en curso. Por ello las cinco realidades políticas del Medio Oriente ya mencionadas juegan un rol importante. Realidades que necesariamente afectan a los negociadores.
El primer desafío es que esta ruta de negociación va más allá de los caminos tradicionales de la diplomacia. Pues lo que está en juego son instituciones seculares de una sociedad y el pasaje a cambios desgarradores en la tradición. Y eso no lo administran ni siquiera a título de conciliación entre partes, los líderes extranjeros.
De hecho los dirigentes, con que durante decenios los eventuales negociadores se han entendido, nótese a nivel de Estados, han cambiado. Ya no existen. Eso es más notorio en el caso de los dirigentes latinoamericanos que en algún momento se relacionaron con el mundo árabe. Además un hecho mayor: los actores sociales son otros.
¿Cómo entender el ejercicio del poder reclamado en la calle sino en el contexto de nuevos actores sociales que reclaman su vigencia desde la profesión, el oficio, la universidad, trabajos tradicionales o circunstanciales, en fin desde la conciencia de la explotación donde se mezcla el nacionalismo con el predominio del control social sobre nuevas formas de gobierno?
Aún más, en estos días en el mundo árabe hemos visto la presencia de mujeres en las calles. Mujeres en sus vestimentas tradicionales, niqab o burqa tradicionales y megáfono en mano dirigiéndose a la multitud que busca información. Eso no viene de ayer ni de antes de ayer. Es simplemente una realidad social que siempre existió en las sociedades islámicas profundamente desconocida por el mundo occidental.
La negociación a espaldas de la calle, en cenáculos reservados, ya no será posible bajo la realidad de formas inéditas de comunicación y dinámica social, alentadas por esos nuevos actores sociales.
Ha nacido una nueva forma de legitimidad que luchará por imponerse a la realidad de la tribu en una sociedad aún tradicional. Por ello, ni las potencias occidentales, ni los eventuales negociadores tienen la misma vigencia, anterior a los movimientos sociales que hoy nacen en el Medio Oriente. En cierto sentido la nueva Libia y por qué no decirlo, las nuevas sociedades del Medio Oriente resultarán de la legitimidad de la práctica de las armas donde el pueblo se enfrentó a las policías y a la represión de las guardias pretorianas, pero muy fundamentalmente de las nuevas convicciones políticas que se soldaron al son de las armas y agreguemos en el caso de Libia, bajo el signo de la negociación de las tribus.
3/20/2011
CUANDO EL ORO NEGRO FUE DETERMINANTE EN LA SEGURIDAD NACIONAL DE LAS POTENCIAS IMPERIALES.
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