Editorial “Punto Final”, ed. 708, 30 de abril, 2010
Desde hace dos meses, como consecuencia del terremoto del 27 de febrero, en el país sólo se habla de reconstrucción. Miles de viviendas, escuelas, hospitales, puentes y caminos por reconstruir. Es sin duda una tarea nacional de primera importancia. Pero hay también otra que va quedando olvidada. Es la reconstrucción de la Izquierda, para levantar una alternativa a la economía de mercado de la Concertación y la derecha que ha condenado al pueblo a sufrir una humillante desigualdad y postergación social.
En 1973 la Izquierda chilena sufrió un terremoto devastador que causó miles de muertos, detenidos desaparecidos, allanamientos masivos, campos de concentración, cárceles secretas, torturados, exiliados, exonerados políticos, etc. El golpe de Estado derrumbó la casa política e ideológica que el pueblo había construido mediante larga lucha contra sectarismos y dogmatismos. En ella cabían todas las esperanzas y utopías de los trabajadores. La tragedia se prolongó durante años y las réplicas se hicieron sentir en todo el mundo, hasta hoy. Algunos, guiados por un cobarde oportunismo, pretendieron sacar lecciones que se acomodaran a sus visiones reformistas. Con ello no hicieron sino profundizar la debilidad intrínseca del “socialismo real”. En vez de encarar el desafío que el caso chileno planteaba a la creatividad de los revolucionarios, y convertir la democracia participativa en la proa de un socialismo más pujante, aceleraron el deterioro de las maquinarias burocráticas y elitistas que habían suplantado a los partidos revolucionarios. El eurocomunismo, surgido de esa lectura obtusa de la experiencia chilena, terminó por destruir a los grandes partidos comunistas europeos, hoy casi inexistentes.
La ola “renovadora” arrasó también a las fuerzas políticas en América Latina, salvo en Cuba -el acosado peñón de la dignidad del socialismo-. La onda destructiva se vio potenciada por la perestroika y el glasnost en la Unión Soviética. Bajo el noble disfraz de “humanizar” y “democratizar” el socialismo, llevaron a cabo lo que el imperialismo no pudo: desmembrar a una poderosa nación para entregarla a una mafia feroz, nacida en la propia cúpula del Partido Comunista soviético. También desaparecieron los demás Estados “socialistas” de Europa, convertidos en sal y agua por la varita mágica del capitalismo. Para terminar de aplastar la aspiración de justicia e igualdad entre los seres humanos, la inmensa República Popular China adoptó la economía de mercado, convirtiéndose en una potencia colosal mediante la superexplotación de millones de trabajadores.
En los intervalos de estas réplicas del terremoto político y social iniciado en Chile, hubo sin embargo nuevas muestras del heroísmo inquebrantable de los pueblos. Relámpagos de esperanza iluminaron los cielos de Asia, América Latina y Africa. El 30 de abril de 1975 el ejército popular de Vietnam obligó a huir a la desbandada a la potencia militar más poderosa del mundo. El 19 de julio de 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional culminó la guerra derrocando a la sangrienta dictadura de la familia Somoza en Nicaragua. En 1994 Nelson Mandela, líder del Congreso Nacional Africano (CNA), se convirtió en el primer presidente negro de la República Sudafricana. La derrota del odioso apartheid fue posible gracias a las victorias en Angola y Namibia, que alcanzaron su independencia. El ejército racista sudafricano sufrió una derrota decisiva en Cuito Cuanavale (Namibia) en 1988, a manos de las fuerzas africanas reforzadas por las tropas cubanas y el apoyo logístico soviético.
Han pasado casi 37 años del desastre de la Izquierda chilena y 20 del desplome del socialismo en casi todo el universo. Chile no es el mismo de 1973, ni el mundo el de 1990. Las propuestas del socialismo de este siglo tienen que romper la caparazón de una sociedad enferma de consumismo e individualismo y sumida en la ignorancia política. Los problemas más acuciantes que debe resolver una visión universal, centrada en el ser humano para reactivar su capacidad de soñar y compartir, son casi los mismos de siempre, aunque peores.Se han agregado plagas siniestras como la droga y el sida y lo fundamental es hoy el dilema de supervivencia o extinción del género humano. Se ha hecho evidente, como lo reitera la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, recién efectuada en Bolivia, que “nuestra Madre Tierra está herida y el futuro de la humanidad está en peligro”. La causa innegable “es el sistema capitalista que nos ha impuesto una lógica de competencia, progreso y crecimiento ilimitado”. Un sistema que convierte todo en mercancía: “el agua, la tierra, el genoma humano, las culturas ancestrales, la biodiversidad, la justicia, la ética, los derechos de los pueblos, la muerte y la vida misma”. “La humanidad -sostuvo la Conferencia- está frente a una gran disyuntiva: continuar por el camino del capitalismo, la depredación y la muerte, o emprender el camino de la armonía con la naturaleza y el respeto a la vida”. Son más de mil millones las personas que sufren hambre en el mundo, informó la FAO en junio del año pasado. Mil millones de seres humanos no tienen acceso al agua potable. Más de dos mil 600 millones carecen de saneamiento adecuado, señala el monitoreo conjunto de la Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Los sectores que acometan la reconstrucción de la Izquierda chilena deberán diseñar un programa que identifique con claridad las condiciones objetivas del mundo actual. Y rechazar de plano el sistema capitalista que nos arrastra a la muerte. Sería un trágico error que la futura Izquierda chilena se sometiera a los cánones políticos e institucionales impuestos por la derecha y la Concertación en función del sistema capitalista.
La dictadura militar-empresarial, los cuatro gobiernos de la Concertación y ahora el gobierno de la derecha, mantienen a nuestro país como una de las naciones de mayor desigualdad social en América Latina. Las cifras de la CEPAL para 2008 señalan que después de Brasil y Colombia, está Chile en la escala de distribución desigual del ingreso. El 10% de la población chilena se lleva el 42,5% del ingreso (en Brasil el 50,6% y en Colombia el 49,1%). Más de la mitad de los trabajadores chilenos ganan menos de 257 mil pesos, según la Dirección del Trabajo. Los niveles de cesantía se elevan por sobre el millón de desempleados. La abismal diferencia entre ricos y pobres -encubierta por 17 millones de teléfonos celulares, 2 millones de automóviles y unos cuantos millones de televisores, computadores y electrodomésticos que nos hacen aparecer como un bazar de la modernidad-, ha quedado al descubierto con brutalidad. La televisión y reportajes gráficos de la prensa escrita sobre la destrucción causada por el terremoto, han mostrado la imagen lacerante de una miseria que muchos creían erradicada y que se ha instalado en la cotidianidad de la población rural y de los cordones urbanos.
Mientras la pobreza y la ignorancia, hijos de la desigualdad, socavan los cimientos de un país de mentiras, Chile se convierte en el principal comprador de armas en Sudamérica. La salud, la educación y la vivienda carecen de recursos mientras se destinan 4.478 millones de dólares para adquirir armas, el 4% del PIB, el porcentaje más alto de la región. ¿Contra quién se arman nuestras FF.AA.? Si dicen que no hay amenazas externas, ¿dónde está el enemigo? ¿No serán los esclavos del sistema?
La Izquierda chilena del futuro -próximo, espero- tendrá que hacer esfuerzos muy grandes para que las mayorías tomen conciencia sobre el país real en que vivimos. Es el camino necesario para conformar un movimiento social y político independiente de los bloques políticos servidores del capitalismo. Un movimiento capaz de plantearse un programa con rumbo al socialismo. Afortunadamente, América Latina y el Caribe constituyen el espacio geográfico donde está renaciendo el socialismo. El genio de nuestros pueblos mestizos e indígenas, revitalizando los valores de justicia e igualdad, está forjando “un nuevo sistema que restablezca la armonía con la naturaleza y entre los seres humanos”, como lo expresa la Conferencia efectuada en Bolivia.
Las naciones que integran la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) -Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Antigua y Barbuda, Dominica y San Vicente y las Granadinas- están mostrando que es posible llevar a un nivel superior el proceso de integración de nuestros países. Venezuela, Ecuador y Bolivia, además, están recreando nuevas versiones del socialismo para el siglo XXI. La Izquierda chilena, cargada de experiencia, seguramente aportará mucho a ese proceso. La reconstrucción será difícil. Pero es hora de intentarla. Mejor dicho, es un deber hacerlo.
MANUEL CABIESES DONOSO
(Editorial de “Punto Final”, edición Nº 708, 30 de abril, 2010)
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5/09/2010
¿Y la reconstrucción de la Izquierda?. Por Manuel Cabieses D.
Etiquetas: chile
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