7/06/2009

En Honduras una mula vale más que un diputado. Raul Sohr

No, no fue el Presidente Manuel Zelaya quien dijo que "en Honduras una mula vale más que un diputado". La hiriente afirmación la hizo, en los 30, el bostoniano Samuel Zemurray, uno de los magnates bananeros norteamericanos que operaba en el país. Honduras fue la expresión más concreta e indignante de una república bananera. El imperio de la United Fruit, la gran transnacional frutera estadounidense, ponía y sacaba gobernantes en Centroamérica. En Honduras la empresa le puso la banda presidencial a Tiburcio Carias, que gobernó 16 años a partir de 1933. Parece sacado de una novela pero así fue: la United Fruit le propuso al gobierno la construcción de un ferrocarril desde la costa atlántica a la capital, Tegucigalpa. A cambio, por cada kilómetro de línea férrea la empresa exigía diez hectáreas de tierras. En definitiva el trazado ferroviario no pasó de las distancias estrictamente necesarias para la explotación de sus plantaciones: serpenteó por los plantíos de la costa atlántica, pero jamás se acercó a Tegucigalpa. Pero las tierras fueron reclamadas y, claro, entregadas.

Honduras vivía bajo gobiernos civiles desde 1982. Una primavera democrática luego de 48 años casi ininterrumpidos de dictaduras de generales-presidentes. El golpe de Estado contra el Presidente Manuel Zelaya el domingo pasado es una repetición casi textual de pronunciamientos anteriores. El principio para los civiles es que podían gobernar pero no mandar. Esa función estaba reservada a los militares y, en rigor, a los oligarcas que los controlaban. La política exterior de Tegucigalpa corría por cuenta de Washington. Así cuando el Presidente Jacobo Arbenz pregonó una reforma agraria en Guatemala, la United Fruit movilizó a la CIA. La agencia organizó en Honduras una columna encabezada por el coronel Carlos Castillo Armas, que tras una astuta operación de guerra sicológica, depuso, en 1954, a Arbenz e inició una sangrienta represión. Más tarde Honduras junto con Guatemala sirvieron de base para la invasión contra Cuba, en 1962 en Playa Girón. En tiempos más recientes el país fue la base para los "contras" que combatieron contra el régimen sandinista en los 80.

Honduras ganó notoriedad en 1969 por la guerra que libró con El Salvador. Como el conflicto coincidió con las eliminatorias del Mundial del ’70, se la llamó la guerra del fútbol. Allí quedó al desnudo la corrupción castrense. Un ejemplo: la guarnición de Santa Rosa de Copán contaba en teoría con mil efectivos pero en realidad solo tenía 463. La dotación restante no pasaba de ser una ficción administrativa que permitía a los comandantes justificar un presupuesto por mil bocas.

El ejército chileno ha tenido un largo vínculo con sus pares hondureños. Luego de su fundación, en 1903, la academia militar quedó en manos de un coronel chileno. Más tarde, en los ’80, durante el trágico período de las sangrientas guerras civiles centroamericanas, el ejército fue reforzado con asesores militares chilenos y argentinos. Las fuerzas armadas hondureñas actuaban con plena autonomía del gobierno. Su comandante en jefe, el general Gustavo Álvarez, importó unos 60 oficiales argentinos y una docena de chilenos. Honduras entró, aunque con menos intensidad, en lo entonces se conoció como las "guerras sucias", un eufemismo para designar la tortura y crímenes de opositores. En el país operó el escuadrón de la muerte autodenominado Movimiento Anti-Comunista Hondureño (MACHO). Entre 1980 y 1985 fueron secuestradas y consignadas como "desaparecidas" 168 personas.

Hoy en Honduras, una de las repúblicas más pobres y frágiles del hemisferio, está en juego el principio de gobernabilidad democrática. Por lo pronto la respuesta del conjunto de las naciones ha sido unánime desde Alaska a Punta Arenas: el golpismo no tiene cabida. Sin embargo, dada la influencia decisiva que Estados Unidos ejerce en Tegucigalpa surge la interrogante sobre qué hizo Washington para impedir la remoción de Zelaya. El golpe era un secreto a voces y no se escucharon advertencias contra la aventura que gestaban sectores políticos que arrastraron a los militares. Y si, por el contrario, diplomáticos estadounidenses señalaron en forma discreta su oposición y, pese a ello, fue ejecutado el golpe, la Casa Blanca tiene motivos para preocuparse por la erosión de su autoridad en la región.


El golpe de Estado contra el Presidente Manuel Zelaya el domingo pasado es una repetición casi textual de pronunciamientos anteriores. El principio para los civiles es que podían gobernar pero no mandar. Esa función estaba reservada a los militares y, en rigor, a los oligarcas que los controlaban.

Lo que ocurre hoy en Honduras es una lucha de facciones más que un golpe militar en el sentido propio. De hecho el poder pasó a manos de civiles con respaldo castrense. Como ha ocurrido en el pasado la polarización y el apasionamiento de los bandos los enceguece sobre las consecuencias de sus actos. Lo más probable es que los golpistas hondureños ni siquiera consideraron las repercusiones internacionales de sus acciones. Lo positivo es que América Latina no está para aventuras antidemocráticas cualquiera sea el desenlace en Honduras. //LND

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, muy bueno el artículo, sería bueno ahondar sobre la presencia de asesores militares en Honduras y otros paises de nuestra América. Yo les temo a los que son militares en actividad tanto como a los que se dicen "ex", pero siguen ligados al poder. Milicos argentinos y chilenos han hecho mucho daño en todo el hemisferio, y sería terrible que lo sigan haciendo en la actualidad.