Compartimos el dolor del pueblo de Chile víctima de dos conmociones: el terremoto de Concepción y Talcahuano y la forma como ha sido tratado según las normas y costumbres neoliberales.
Sucede el terremoto. Es catastrófico. Como no existe organización social sino individualismo nadie sabe qué hacer. Como el Estado no sabe ayudar a los ciudadanos sino a las empresas tampoco sabe qué hacer.
Transcurren las horas. Faltan el agua, el techo, los alimentos y la luz. La gente empieza a desesperar.
Los supermercados están llenos de agua envasada, medicinas y alimentos, pero permanecen cerrados con grandes puertas metálicas. Hambre y sed en la calle, abundancia bajo llave. No saben ayudar sino vender. Prefieren que la carne se pudra a repartirla entre la gente. Si la reparten no cobrarían el seguro contra catástrofes.
Cuando la gente rompe las puertas para sacar lo que es indispensable para la vida, el presidente electo, dueño de las principales cadenas de supermercados exige que se ponga orden. La presidenta socialista obedece en el término de la distancia. Se acusa a los hambrientos y sedientos de saqueo. No llueve agua sino gas asfixiante. Hay dinero para mover a los carabineros y dotarlos de bombas lacrimógenas que malogran los alimentos, pero no hay helicópteros ni barcos para llevar ayuda ni transporte aéreo para llevar médicos.
El ejército más poderoso del Pacífico está hecho para invadir el Perú pero no sirve para ayudar a su pueblo. Asombroso que no hayan helicópteros de transporte, aviones que lancen alimentos con paracaídas. Las empresas comerciales más ricas de la región andina guardan silencio y cierran sus repletas bodegas.
En un arranque de sinceridad la Alcaldesa de Concepción dice: han pasado cinco días y no nos han enviado ni un paquete de tallarines. Se equivocó: los tallarines, las pastas, la leche, el agua, están en Concepción, no es necesario enviarlos, solo que hay que comprarlos. Y como no hay electricidad para que funcionen las cajas registradoras, los dueños de los supermercados y de Chile prefieren que se muera de hambre y de sed la gente antes que abrir sus repletas tiendas.
La Marina sabía que venía un tsunami pero “olvidó” advertir a la gente. Mueren cientos, miles por esta falta de advertencia. Luego de un largo silencio solo hay disculpas, no destituciones. La vida vale poco o nada en ese tipo de mentalidad militar.
Mientras tanto en Santiago igual que en Concepción, caen inexplicablemente edificios de lujo que deberían estar perfectamente construidos. Han sido edificados para hacer negocio, no para proteger a la gente. Como en el Perú, la vivienda no es para vivir sino para vender.
Cuando escribo estas líneas, Chile retorna “a la normalidad”. Habrá teletón, espectáculo, luces y artistas. Se dice que el país ha perdido 50,000 millones de dólares. Ya pasaron unos cuantos presidentes, incluido el peruano, para tomarse fotos y pasar a la historia del espectáculo, discursos incluidos. Pero como en Pisco, la gente seguirá esperando. No hay acción colectiva sino pasmo y pasividad. La ciudadanía ha desaparecido en el que dicen que es el país más democrático del continente.
Hasta que se den cuenta de que el asunto no es solo reconstruir las ciudades sino la conciencia y la sociedad. ¿Cuánto falta para eso?
*Llamado mundial a la acción contra la pobreza (GCAP Perú), 03/03/2010
3/09/2010
Los terremotos en el paraíso neoliberal. Héctor Béjar (Perú)*
Etiquetas: chile
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