Uno.
El viejo truco de anunciar ajustes económicos antipopulares inmediatamente después de las elecciones presidenciales todavía funciona en Argentina. El empleo de esa triquiñuela cobra sentido en una nación que ha sido gobernada históricamente de manera vertical, sin participación ciudadana salvo por el recurso de la fuerza ante la sordera del mando. Los gobiernos de turno –y el actual al parecer, no quiere ser distinto- en el territorio de Maradona y Perón, el paternalismo y, por tanto, la desconfianza en los trabajadores y el pueblo es la relación predominante de los de arriba. ¿Qué encierra ello? Un miedo severo de clase que, en consecuencia, justifica el ejercicio alienante de intentar infantilizar políticamente a las grandes mayorías. Por eso desde el Ejecutivo y la oposición tradicional se apela sistemáticamente a un populismo que procura fortalecer que la historia la hacen ‘los personajes’ mediante frecuentes puestas en escena y la reproducción simbólica de la autoridad unidimensional como “salvador” o “demonio”. La práctica en cuestión facilita el éxito parcial y a corto plazo del populismo; esa emotividad edulcorada para aplicar medidas de alto impacto, y los guiños frecuentes, descafeinados, sin contexto ni proyecto, y vaciados de contenido hasta del Che Guevara, independientemente de la simpatía o no que se tenga por su legado.
Dos.
Pese a reunir más de 200 mil firmas en menos de 10 días contra el alza de un 127 % del transporte subterráneo en la Ciudad de Buenos Aires, los trabajadores de ese medio y las organizaciones sociales y políticas que condenan el aumento del pasaje, la justicia, en primera instancia, desdeñó tanto los recursos legales para detenerlo, como las firmas de los usuarios. La medida adoptada por el gobernador de Buenos Aires, el ultraliberal Mauricio Macri, tuvo su origen en el retiro de un 50 % del subsidio estatal al subterráneo metropolitano. De esa manera, el gobierno nacional busca dañar la figura de uno de los más bullados precandidatos a las próximas presidenciales. Si Macri es coherente con el programa de los hijos de la Escuela de Chicago, en el 2013, cuando se acabe incluso el subsidio del 50 % fiscal, el incremento de los viajes podría, al menos, duplicarse. En este sentido, la ciudadanía no hará diferencia entre Macri y el Ejecutivo nacional. Lo que se destruye, tanto con la argucia palaciega, como con el comportamiento esperable de Macri es la credibilidad de la gente en los ‘políticos y partidos profesionales’. Pero como los de arriba consideran a los trabajadores y sus familias ‘seres incompletos’, ‘adolescentes’, clientela y objeto, hasta ahora, hacen vista gorda e imponen simplemente. La manera en que un individuo, un grupo de interés o una clase observa al que considera un otro- subordinado (para disciplinar, castigar o ‘edificarle’), revela justamente la frontera de sus propias habilidades políticas y cognitivas. Y la subestimación del otro no es una categoría moral. Es bélica.
Tres.
El crecimiento de Argentina se funda sobre el precio en las grandes bolsas financieras del mundo de la primarizada explotación primaria agrominera (commodities, cuya parte de soya y granos está a la baja producto del declive de la demanda y la sequía en los campos); la dependencia de sus exportaciones a Brasil, Europa y China; y los ahorros previsionales estatizados de los asalariados. Conocido el panorama mundial, y en particular, la intensificación de la crisis del capital desde el centro hacia su entorno el 2012, el país se encuentra ante un ciclo de contracción económica, caracterizado por el agotamiento del superávit fiscal, la fuga de capitales e inversiones dolarizadas, una de las mayores inflaciones del planeta y la precarización del trabajo.
Como las últimas administraciones no renacionalizaron el capital financiero ni las principales industrias privatizadas durante los años del menemismo; tampoco reindustrializaron nacionalmente ni elevaron de modo sustantivo el importe a las utilidades del capital y al abuso del suelo, entonces ahora, con cierta desesperación ambiental, mediante leyes y solicitudes a los dueños de casi todo, buscan controlar su política cambiaria a través de la compra y ahorro de divisas y a costa del recorte de las iniciativas subsidiarias y populistas que, como un todo, golpean a la mayoría argentina.
Según la Encuesta Permanente de Hogares del desacreditado Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC, intervenido desde el 2007) del tercer trimestre de 2011, casi un 28 % de habitantes vive con $ 27 pesos diarios (US$ 6), y la mitad de esas personas sobrevive con $ 18 pesos al día (US$ 4). Es verdad, la sal cuesta menos de $ 2 pesos. Pero el kilo de manteca, $ 35 pesos. El calzado en una tienda cualquiera no baja de los $ 180 pesos y un kilo de pollo vale $ 10 pesos. Ni hablar de vestuario, artículos informáticos, tecnología, recreación y de la enorme especulación inmobiliaria en un país donde escasean 3 millones de viviendas, cifra que suma y sigue diariamente. Y para el organismo gubernamental, una familia de 4 personas no es pobre si cuenta con más de $ 45 pesos al día (US$ 10). De acuerdo al informe, de los 17 millones de ocupados del país, casi 12 millones obtienen un ingreso menor a $ 2.300 pesos al mes (US$ 535). Y de los ocupados, por lo bajo, el 35 % trabaja informalmente, sin derechos laborales ni seguridad social (el Observatorio Social de la Universidad Católica de Argentina arroja que, en realidad, más de un 50 % de la fuerza de trabajo está ‘en negro’).
Como toda sociedad capitalista ‘de verdad’, los números del INDEC dicen que la concentración de la riqueza y las desigualdades sociales tienen su primavera. El 20 % más empobrecido de la población percibe el 4,2 % del excedente socialmente producido, y el 20 % más rico se queda casi con la mitad del total. Naturalmente que al ir acortando los porcentajes extremos, las diferencias de concentración versus miseria se disparan con mayor violencia.
La deuda pública externa (según guarismos de septiembre de 2011) supera los US$ 230 mil millones, que el gobierno cancela acudiendo a nuevos préstamos, pero esta vez salidos de entidades nativas y que corresponden a puro trabajo argentino acumulado sin mediaciones, como el Banco Central y la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSeS) que administra los ahorros previsionales y jubilatorios de los asalariados. Es decir, se está frente a una colosal y genuina deuda ‘nacional y popular’.
Debido a la inflación, el venidero aumento del transporte (entre otros factores, por el sobreprecio coludido del oligopolio petrolero privado) y el incremento próximo de los servicios básicos debido a la retirada de subsidios a las industrias asociadas (que como queda demostrado, jamás fue una solución de mediano aliento siquiera), hasta las dirigencias de las centrales sindicales que votaron a la actual Presidenta (como la Central de Trabajadores de Argentina que lidera Hugo Yasky) anunciaron que no lucharán por un reajuste salarial inferior al 25 % durante las negociaciones que se desarrollarán en el primer tercio de 2012, toda vez que el gobierno central ha dictado más o menos claramente que la demanda salarial sólo debe bordear el 18 %. De este modo, muchos dirigentes sociales se explican bien la aprobación de la impopular Ley Antiterrorista impacientemente propugnada por el Ejecutivo, y sus consecuencias contra el movimiento de los trabajadores y el pueblo.
Desde arriba, ya existe la precautoria cubierta jurídica ante el temor de un período explícito de lucha de clases. Desde abajo, comienza a organizarse con celeridad la indignación frente al empeoramiento general de la vida.
Andrés Figueroa Cornejo
Enero 17 de 2012
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